La de Tomás es una historia sobre superar límites mentales, físicos, pero también de fe y de encontrar la amistad a partir de las experiencias que le trazó el camino. Este músico al que una lesión lo privó de jugar al fútbol con los amigos, se abrazó a un sueño, será de allí su apodo: Koala. Y lo cumplió a bordo de su bicicleta, con la que unió La Quiaca y Ushuaia.
El comienzo de todo
Durante la pandemia, jugando un partido de fútbol, Koala se rompió los meniscos de la rodilla, pero por la situación que se vivía en ese tiempo le habían dicho que no lo podían operar y lo único que podía hacer era andar en bicicleta, algo que se convertiría en su pasatiempo favorito y sería el comienzo de una idea que sería la mejor experiencia de su vida hasta ahora. Entonces, entre muchas preguntas que se hacía, comenzó a planear su travesía.
“Quería hacer la ruta más larga que pueda haber en el país, la famosa Ruta 40. No voy a mentir, hice una planificación muy vaga. Le comenté mi idea a un bicicletero amigo y me dijo ‘no te va a dar el cuero porque pesás 105 kilos, tenés que empezar a entrenar y a la bici hay que modificarla un poco’. Hice un mapa de Salta y Jujuy nomás. Dije ‘si me siento cómodo durante el viaje, voy viendo durante la marcha’. El tema equipamiento lo vi dos semanas antes, no tenía ni carpa, algunas cosas me prestaron y otras las tuve que ir a comprar”, comentó el porteño sobre su preparación antes de comenzar su viaje a La Quiaca.
Tomás llegó a Jujuy en avión el 8 de enero de 2022, donde lo esperaba una chica que había conocido a través de una aplicación de viajeros, quien lo ayudó a transportarse a la ciudad y llevarlo a un alojamiento para que pasara la noche. Al otro día armó la bici, puso dos cajones de plástico a los costados para transportar sus cosas y fue a su punto de origen.
Desafíos en el Camino
En el verano, en el norte, se siente mucho el calor debido a su gran altura respecto del nivel del mar. Por lo tanto, fue unas de las complejidades que tuvo en su estadía por la región. “Hay muchas subidas y bajadas, está todo el tema de la puna. Te quedabas sin aire. Pedaleábamos 200 metros y te ahogabas. El calor de Las Yungas me invadía, parecido al calor de Buenos Aires, pero mucho peor”, explicó Koala sobre las complicaciones que tuvo al comenzar su desafío.
No fue fácil, hubo momentos de dudas y de querer abandonar la travesía. “Me pasó una sola vez, en Catamarca, cuando estaba atravesando un falso plano de 100 kilómetros, que es una subida que no llegas a notar pero sí lo sentís en las piernas. Normalmente, yo iba a 20km/h, ahí no podía hacer más de 9. Encima en esa parte no hay árboles, no había un punto de referencia. Entonces, dije ‘¿quién me mandó acá? Llego a tal lado y me tomó un avión’. Lo peor es que no podía descansar en ningún lado porque era horrible el lugar”, confesó.
Uno de los días más memorables fue en Mendoza, donde recorrió 170 kilómetros entre San Carlos y Malargüe. “Me levanté muy temprano y pedaleé todo el día disfrutando las grandes vistas que tiene la provincia”, recordó.
Koala en una cascada de Mendoza
Transformación personal
Los recursos no eran un problema debido a que los viajeros reciclan todo el tiempo y se ayudan el uno al otro.
“Iba mucho a las ferias. fundaciones o a las iglesias, porque siempre te donaban lo que tenían. Si no, también podes intercambiar con otros viajeros. Muchos hacen el camino inverso, y los que venían del sur te daban su campera y yo capaz les daba cosas que no iba a usar más y les iba a ser útil para ellos. Después, comida vas pidiendo en negocios, y te dan cosas próximas a vencer que seguramente ellos no van a vender”, compartió su experiencia.
En cuanto a su sostenimiento económico durante el viaje, Koala se fue con un pequeño ahorro. “Muchos amigos me enviaban mensajes diciéndome que me querían ayudar y me donaban dinero. Había días en que no gastaba nada, ya que la gente me ofrecía hospedaje y comida. Nunca llegué a trabajar, pero a veces tocaba algunos temas en las calles de los pueblos a la gorra”, compartió. Sin embargo, reconoció que, si alguien viaja más de manera turista, necesita más dinero.
Su cambio físico fue notable: “Salí con 105 kilos y llegué a Ushuaia con 78. Al principio, me dolían todos los cuádriceps, pero después el pedaleo se volvió parte de mí. El cuerpo se acostumbra”, reflexionó. Además, destacó su crecimiento mental y espiritual: “Crecí mucho en esos aspectos a lo largo del viaje. Una de las cosas que más aprendí es vivir el momento, de conectarme con el presente y lo que me rodea”.
La fe lo ayudó mucho a seguir creciendo personalmente y a nunca sentirse solo, de hecho el único libro que llevó y lo acompañó durante todo el viaje fue La Biblia. “Desde este lado lo sentí mucho como un retiro espiritual. Muchas de las cosas de las que habla La Biblia las podía palpar. Por ejemplo, los desiertos o los lagos, algo que en la ciudad cuando lo leés capaz no lo entendés mucho. Cuando estaba en San Juan, que tiene su parte desértica, leí una parte que decía ‘tu voz es como agua que brama en el desierto’, y yo estaba buscando agua porque no había ningún río y encontré una mini cascada de la que saqué agua. Dios nunca me dejó solo, lo vi reflejado en todo el viaje”, meditó. También compartió que fue conociendo mucha gente que también compartía su fe en Jesús e incluso no eran católicas.
Dejando de lado la religión, gran parte del tiempo Koala realmente estaba solo con su bicicleta en la ruta. Eso provocó que tuviera muchos pensamientos, emociones o sentimientos encontrados en su camino. “Cuando estás por un desierto, te replanteás mucho tu vida. A lo largo del viaje, venía con muchas cosas personales. Me ponía a pensar todo el tiempo sobre mi familia, amigos, el tema de la música, mi vocación, revivía toda mi vida. Para colmo, antes de emprender mi viaje me había separado hacía muy poco, entonces todo el trayecto era parte del duelo. En fin, era recordar cosas lindas y a veces enfrentarte a tus demonios, no me quedaba otra que amigarme a eso y hacer las pases conmigo mismo”, recordó con mucha nostalgia.
Koala en Catamarca
-¿Cómo era un día típico de pedaleada?
-“Me levantaba y no desayunaba tan fuerte. A veces, un dulce o algo ligero para levantar un poco. Muchas veces tomaba unos mates disfrutando de las vistas antes de arrancar. Pedaleaba una hora y paraba 10 minutos para comer algo liviano, y seguía. Solía llegar a mis destinos alrededor de las 18, cuando ya estaba bajando el sol. Armaba la carpa y, por la noche, salía a conocer, a tocar música o a buscar comida, o aprovechaba para arreglar la bicicleta”.
Su mayor susto
Koala tiene miles de historias en este viaje, si tuviera que contar todas tendría que escribir un libro con todas sus experiencias. Pero compartió el día que durmió al lado de un puma: “Salía de El Chaltén para el Calafate, pero arranqué muy tarde y se me hizo de noche muy rápido. Tiré la carpa en la mitad de la ruta, en una casa que estaba abandonada, y ya me estaba por ir a dormir tipo 7 de la tarde. Estaba por sacar mi latita de atún y empiezo a escuchar un maullido de afuera y siento que algo saltó al lado mío y dije ‘esto es algo grande’. Alumbré un poco desde adentro y vi una sombra como si fuera un puma, recé el rosario y me dormí”.
Al despertarse al otro día, comprobó su sospecha: “Vi que me levanté vivo, que no pasó nada, abrí la carpa despacito, cuidándome hasta de mi propia respiración, porque había notado que se acostó al lado mío durante la noche. Salí, traqueé las huellas unos 10 metros y se había ido para la montaña. Armé la carpa lo más rápido posible y seguí mi camino”.
Encuentros y Amistades
A lo largo del viaje, Koala fue formando varias amistades, pero tuvo una en peculiar con la que se encariño mucho. Diego, un mexicano arquitecto que venía de su país también en bicicleta, lo acompañó durante dos meses e hicieron muchos kilómetros juntos. Se conocieron en Neuquén, más precisamente en Chos Malal, en un refugio de viajeros.
“Me quedé una semana en la ciudad. Diego también es músico, entonces arrancamos haciendo música juntos en los semáforos de Chos Malal. En el refugio éramos 17 viajeros, por lo tanto había tantos talentos que decidimos crear un circo, y con el mexicano componíamos la música para las acrobacias. Pasada la semana, siete cicloviajeros nos fuimos en camino hacia Junín de los Andes”. compartió entre risas.
Viajeros que se encontraron en Chos Malal
Unas de las experiencias que vivieron juntos fue cuando estaban entre Junín de Los Andes y San Martín de Los Andes. Encontraron un voluntariado para ayudar a la comunidad mapuche haciendo cosas con barro durante una semana. “No era que vivía con los mapuches, pero sí estaba con la parte de la tribu que era más abierta, que solían ser hijos o allegados a la comunidad”, aclaró.
Como todo tiene un principio, también hay un fin. Lllegó la parte en la que ambos tenían que seguir con su viaje: “Ya me estaba apurando el invierno, entonces dije ‘yo sigo’. Nos separamos en la Ruta de los Siete Lagos, y en el Lago Villarino tiramos una carpa y pasamos la última noche juntos. Al otro día nos despedimos en la mitad de la ruta y fue muy duro y triste, porque hacíamos todo juntos”, recordó apenado. Igualmente, aclaró que sigue en contacto con él y espera que en algún momento la vida los reencuentre.
Koala con Diego, su amigo mexicano
Llegó el día
Luego de 132 días desde que Koala llegó a San Salvador de Jujuy desde Buenos Aires, el 20 de mayo de 2022 terminó su aventura en Ushuaia.
“Cuando me faltaban 20 km para llegar, me cayó la ficha y me empecé a emocionar. Se me pasaron tantas cosas por la cabeza durante esos kilómetros… Cuando estaba entrando a Ushuaia, hay un destacamento policial, y yo iba tranquilo pero medio emocionado. La veo a mi vieja al fondo con la camiseta de Racing, haciendo señales, y ahí sí me terminé de emocionar, y terminamos fundidos en un abrazo”, completó sobre su travesía.
Y cerró su experiencia de la mejor manera: “Recibí muchos mensajes de felicitaciones de todo el mundo por haber llegado, fue todo súper especial. Esa misma noche salí a comer con mi mamá a un restaurante, de repente era un rico”.
Esto no terminó acá
Koala tiene en mente seguir viajando en bicicleta por todo el mundo en los próximos años.
“Me gustaría hacer el camino de Santiago, arrancando de Jerusalén hasta Zaragoza, que está la Basílica Nuestra Señora del Pilar. Son 3000 km, la mitad de lo que hice yo acá en Argentina. Después me gustaría hacer la Ruta 66 de Estados Unidos, de punta a punta, porque la siento muy musical y muy rockera. Por último, quiero ir de La Quiaca hasta Machu Picchu, pero tengo que arreglar la bici de nuevo. Hoy en día, mi ocupación es la música. Estoy grabando y componiendo con una banda varios discos, pero cuando termine y tenga tiempo, agarro y me tomo 3 meses y salgo”, concluyó.
Thiago Reyna – 2ºA Turno Mañana