Fadila es quien atiende hoy en día el almacén de ramos generales. Y Pedro Ismael fue la persona que lo inauguró en 1914, un libanés que llego al país, más precisamente al pueblito que en ese entonces tenía 3.000 habitantes (hoy son 500) buscando una nueva vida en Las Marianas, un pequeño lugar en Navarro, provincia de Buenos Aires. Tras morir en 1939, Don Masmud (su hijo) se hizo cargo de todo, se casó, tuvo 8 hijos, de los cuales Mimí es quien hoy se hace cargo de la reliquia. Todos los días abre el almacén y sus clientes más fieles esperan ese momento para concurrir a comprar. “Es verdad, preparo los mejores aperitivos de la provincia”, declaró Fadila.
Se encuentra en una esquina de Las Marianas, a 140 kilómetros de la ciudad. Rural y arbolado, sus calles son los de un típico pueblo. Tuvo siete hermanos y solo le queda su hermana de más de 90 años, tiene una larga trayectoria en ese lugar y analiza a cada uno de los que pasan por esa puerta. “Tenés que escuchar y acompañar. Los maleducados no entran”, agregó.
Sus estanterías no tienen ni para una lata más. Tiene todo impecable. La madera del mostrador muestra una suavidad que es admirable, ya que pasaron años en los cuales esa mesa fue usada. Desde las 9 de la mañana se encuentra abierto. “Más de un millón, muchos más”, se refiere Mimí con la cantidad de aperitivos que ha servido en toda su vida, y esa es su especialidad, la razón por la que es conocida por todos.
A pesar de que está todo el día abierto, al mediodía es cuando surge lo sociable entre la gente. Hay momentos en los que el lugar está colapsado de personas y es ahí cuando agrega mesas en la calle. Todo lo hace sola. “Vienen de Buenos Aires enloquecidos a buscar tranquilidad”, asegura.
“Soy una mujer de teléfono fijo”, sostiene. Pone reglas. En la era digital tiene celular, pero sigue hablando como en los viejos tiempos, por teléfono de línea. Tampoco le gusta que le saquen fotos al lugar, ya que es común que antes de hacer el pedido comiencen a hacerlo. “No se los permito, me tienen que pedir permiso”, asiente. Todos ahí la conocen y cada uno cumple sus leyes, las aceptan.
Todo dentro de La Media Luna funciona como una puerta al pasado, todo tiene un siglo. Se aceptan las reglas que una mujer pone y que ha convivido toda su vida detrás de un mostrador entre estanterías, con gauchos y paisanos. Y su única pregunta hoy, es “¿quién cuidará del almacén cuando no esté?”.
Ivana Ríos, 2 A TT