Al hablar de este libro del año 1973, es hablar de la esencia del periodismo. En él se cuenta la historia de la que probablemente haya sido la investigación periodística más importantes e influyente de la historia, que sacó a la luz el tristemente famoso escándalo del Watergate, que obligó a dimitir a Richard Nixon como presiente de los Estados Unidos en agosto de 1974 y fue valorada pues ganó el premio Pulitzer en ese mismo año.
El libro -y la película que posteriormente se hizo en 1976- refleja cabalmente lo ocurrido y es un monumento a la libertad de expresión. Es una contante transmisión de valores éticos, del convencimiento de que no hay democracia sin esa libertad. Es un libro profundamente inquietante, a menudo nos lleva por un mundo de oscuridad y conspiraciones, en el que guía al lector siguiendo los pasos de dos jóvenes periodistas que hasta ese momento no eran nadie. Lo que hace que sea siempre relevante es precisamente esto: lo importante que es para una democracia tener su guardián en el periodismo, para garantizar su independencia, su total alejamiento de cualquier influencia externa, incluso la más aparentemente benévola.
Viene a completar el trabajo de investigación y los reportajes del Washington Post. Escrito en tercera persona por Bernstein y Woodward, cuenta cómo fue la cobertura y el trabajo que llevaron a cabo. Desde las dificultades y los desaires que sufrieron, las censuras y persecuciones y el apoyo de su periódico para seguir adelante con una historia que otros medios callaron, o no tuvieron el valor de afrontar. En el libro queda palpable la matriz investigativa, aun a costa de las dificultades frente a las estructuras del estado.
Al término del libro todavía Nixon lo negaba. Finaliza cuando comienza a hablarse del juicio al presidente. Pero el Epílogo sirve para rematar una historia que tuvo su punto y final años más tarde. Trabajaron la historia a la vieja usanza. Invirtiendo mucho tiempo. Entrevistando, hablando con todos las personas que estuvieron o tuvieran algo que aportar, yendo de puerta en puerta recopilando información.
Casi medio siglo después, Todos los hombres del presidente se considera un ícono cinematográfico de la guerra entre el poder y la información, un retrato histórico de los Estados Unidos de aquellos años y, sobre todo, una imagen realista, completa y libre de toda retórica de lo difícil, peligroso y agotador que es el trabajo de periodista.
Miguel Vidal