Hace tiempo que parte de la sociedad Argentina convirtió a la policía en un enemigo. Se perdió el respeto por quienes día a día nos cuidan y se formó una imagen de las fuerzas de seguridad como un aparato de represión del gobierno de turno. Desde enfrentamientos armados hasta piedrazos contra balas de goma. Las peleas entre la gente y la policía crecieron en estas últimas décadas causando una enemistad entre quienes deben protegernos y el pueblo.
En lo que va del 2020, fueron 19 los oficiales que perdieron la vida en servicio dejando a hijos sin padres o madres. Tienen que pasar estos hechos para ponernos un poco en los zapatos de sus familias. ¿Qué sienten al ser descendientes de policías? ¿Son discriminados? ¿Viven con miedo? Estos son algunos de los interrogantes que nos develarán Paula, Pablo y Micaela, hijos de Carlos, Sargento Primero de la Policía Federal Argentina.
“Cuando se va siempre tengo un poco de miedo, porque tengo bien en claro de que trabaja mi papá y a que se expone. En la calle están desprotegidos ya que escasean sus elementos de seguridad y muchas veces los terminan comprando ellos con esfuerzo”, dice Paula, la mayor de los hermanos.
Pablo, el hijo del medio de Carlos, contó cómo es el día a día: “Vivo con el miedo de no saber si va a volver. Con el tiempo entendimos que nunca se puede ir de casa enojado con nosotros o con nuestra mamá porque si pasa algo, no quiere que sea la última imagen suya que nos quede”. También hizo un profundo análisis sobre como desde la política no se los cuida: “Las leyes están al revés. Hay muchas que están hechas más para proteger al delincuente que para cuidarlos. Para que puedan disparar, primero le deben efectuar un tiro y recién ahí lo pueden hacer. Primero te tenés que dejar matar para poder disparar, es algo ilógico y me lleva a pensar que las leyes no están muy bien hechas”.
Con una sociedad que no respeta a sus fuerzas de seguridad, la discriminación y la burla están a la orden del día. Micaela, la hija menor, relata uno de los tantos casos en los que se sintió agredida: “En el colegio tenía una compañera que, cuando se enteró que mi papá era policía, me dijo que nunca iba a venir a mi casa. Pocos se animan a decirlo pero siempre está el prejuicio y la mirada rara cuando tendría que ser al revés, deberían pensar en que nuestro viejo sale todos los días a la calle para protegerlos”. Pablo también cuenta como fue pasar por el secundario: “Fue en el lugar en donde más juzgado me sentí. No eran todos, pero muchos chicos estaban en contra y nos lo hacían saber. A veces no hacen falta que digan algo, muchas veces pude sentir como me prejuzgaban”. A pesar de esto, se desvive en elogios: “Lo que siento por mi viejo es orgullo. Está cuidando al prójimo defendiendo a la gente en la calle. Está trabajando en contra de la delincuencia haciendo un bien para el otro aunque mucha gente no lo vea así”.
Una de las palabras en la que los tres coinciden es el orgullo que sienten por su padre. Más allá de los prejuicios y la discriminación, saben que sale todos los días a proteger a los argentinos y argentinas en un momento dónde la inseguridad no para de crecer y los policías están cada vez más desprotegido por los funcionarios que deberían garantizarles, al menos, los elementos esenciales de trabajo.