A finales de 2015 comenzó la peor epidemia de dengue de la historia de nuestro país. Con decenas de miles de infectados, desnuda y
demuestra las complicaciones de la explotación sojera, de la desfinanciación del sistema de salud y las prioridades de un Estado que
no logra alejar el problema.
Las epidemias de dengue son un fenómeno relativamente reciente en nuestro país. Durante la década de 1990 el mosquito Aedes aegypti,
vector de transmisión del dengue, comenzaba a expandirse por la región. Este aumento en la población del mosquito se debió a dos grandes
factores: los menores controles del estado sobre la población del mosquito y la extensión de la frontera sojera.
En 2009 se presentó la más severa epidemia de dengue hasta ese momento. Más de 26.000 casos y 10 muertes. Pero llegó el 2016 y con él
comenzó una nueva epidemia, cuyo final es incierto. Hasta el momento hay más de 50.000 casos reportados y al menos 4 muertos.
El 6 de mayo se aprobó la primera vacuna contra el dengue. Fue producida por el laboratorio francés Sanofi Pasteur, pero el
Ministerio de Salud argentino, a través del director nacional de Epidemiología, Jorge San Juan, afirmó que «la protección» que otorga la
tetravalente Dengvaxia «es muy baja, menor al 64 por ciento, y para que la persona esté inmunizada debe pasar un año» desde la primera dosis.
Por lo cual, según San Juan, no será utilizada en el país.
De acuerdo con el último boletín epidemiológico del Ministerio de Salud, en Argentina se notificaron durante 2016 unos 47.741 casos de dengue
incluyendo sospechosos, probables, confirmados y descartados. La enfermedad es trasmitida por la picadura del mosquito Aedes Aegypti,
produce dolores musculares y puede convertirse en fiebre hemorrágica mortal. También le dicen «fiebre rompehuesos», porque quienes la
adquieren padecen dolores articulares y musculares, fiebre alta, náuseas, vómitos, sarpullidos, inflamación de los gánglios linfáticos, cefaleas o
dolor muy intenso detrás de los globos oculares.