El pasado 9 de agosto se llevaron a cabo las elecciones —presuntamente democráticas— presidenciales en Bielorrusia. El resultado fue el mismo de siempre: Alexander Lukashenko, envuelto en una nube de sospechas, se proclamó ganador por sexta vez consecutiva.
Esto desató una ola de reclamos que comenzó, en primer lugar, con masivas manifestaciones populares en las calles del país, y que siguió con el rechazo público de la Unión Europea y de potencias mundiales como Alemania y Estados Unidos.
«La Unión Europea no reconoce sus resultados falsificados. Sobre esta base, la llamada «inauguración» del 23 de septiembre y el nuevo mandato que reivindica Alexander Lukashenko carecen de toda legitimidad democrática», señaló, mediante un comunicado, el español Josep Borrell, Alto Representante de la U.E. para la Política Exterior.
Mientras tanto, en silencio y como si nada pasara, Lukashenko llevó a cabo la jura del cargo en un acto tan solemne como solitario, haciéndolo público varias horas después. Este accionar fue el aliciente definitivo para que se desencadenen nuevas protestas populares que, como es habitual bajo el mandato de Lukashenko, fueron fuertemente reprimidas y dejaron decenas de apresados.
Foto: Reuters
Iván Molina