Según el escritor que lo piense, el fútbol ha estado distante o en una relación sumamente estrecha con la literatura. Es una relación que varió según la época y el pasar de los años.
Se puede señalar que uno de los primeros que inició la discordancia fue el escritor Rudyard Kipling, quien despreció al fútbol de manera radical: “Almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”. Posteriormente, Jorge Luis Borges, uno de los máximos exponentes de la literatura, lo que hace su palabra más que autorizada para emitir juicio, también se encargó de ampliar la brecha entre intelectualidad y popularidad: “Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”. A tal punto despreciaba el fútbol que, al mismo tiempo que se jugaba Argentina – Hungría por la Copa del Mundo de 1978, Borges decidió dar una conferencia sobre la inmortalidad, un asunto que lo fascinaba. “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”, entendía Borges.
Durante muchos años, varios autores han renegado del fútbol como asunto popular en su sentido más peyorativo. Se lo miró de reojo por ser pensado no como fenómeno cultural, sino como mera distracción para las masas. Pero desde el fútbol, como cuestión cultural, se puede entender una sociedad en sus defectos y virtudes, y, en ese sentido, desentenderlo es negar una parte de lo que somos. Ese fútbol deleznable entendido como el opio para el pueblo no es más que una comprensión parcial que se queda en la superficie. Quizá por esnobismo intelectual, muchas veces se separó esa actividad física del pensamiento, se pensó que el fútbol no merecía ni la reflexión ni la palabra.
Puede ser que, aquellos escritores que negaban al fútbol como temática literaria, obviaban el aspecto ininteligible del deporte. Su carácter acaso pasional que no puede ser comprendido racionalmente, sino solamente sentido. “Es fútbol, pero es mucho más que fútbol”, afirmó Eduardo Sacheri.
La literatura no se encarga de dignificar lo despreciable. En el fútbol como género literario, se muestran las dos partes constitutivas del deporte: “Fútbol a sol y sombra”, tituló uno de sus libros Eduardo Galeano. Por un lado, su parte más romántica que toca esa esencia inefable, y, por el otro, su costado más corrompido: el negocio y la tecnocracia que lo inundaron.
En otros libros, como por ejemplo “Fútbol como dinámica de lo impensado” de Dante Panzeri, también se exhibe el fútbol como potrero y gambeta, y ese fútbol deformado por la modernidad.
«En literatura no debería haber nada más que lo que el escritor cree que debería. La mayoría de los cuentos sobre fútbol que se escriben se acercan a lo tanguero, a lo humorístico y reflejan una parte muy romántica del deporte. La otra, el negocio, la trampa, la decadencia del deporte cuando se hace profesional, es poco común. La literatura debe incluirlo todo, porque cada cosa contiene su propia literatura”, expresó el escritor Pablo Ramos en relación a lo que muestra la palabra.
Ya pasada la primera mitad del siglo XX, la visión comenzó a cambiar. El escritor y filósofo existencialista Albert Camus, que tuvo una experiencia como arquero en Argelia, le empezó a dar al fútbol un valor desmedido para lo que eran los cánones intelectuales previos: “Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. En este caso, el fútbol aparece con una carga mucho mayor del que le asignaban aquellos que lo miraban desde una perspectiva con cierto tinte sociológico: El fútbol como dispositivo distractor del pueblo. Camus rescata otra cosa, algo intangible del deporte colectivo. Habilita, por primera vez, una discusión que no había existido porque el rápido prejuicio rompía con una observación más minuciosa.
Particularmente en la Argentina, la década de los ochenta (también los noventa) significó la clara alianza entre el fútbol y la literatura. Autores emblemáticos como Osvaldo Soriano y Roberto Fontanarrosa, entre otros, terminaron de dar el salto a esa barrera que estigmatizaba al deporte más popular del mundo, primero desde sus lugares como periodistas y luego con la literatura. El hecho de que se haya popularizado la narrativa futbolera, muchas voces lo tomaron como la simple instalación de una moda. »Es posible que se trate de una moda relativa, pero la buena literatura no depende del tema que uno elija, sino de una buena prosa: la construcción de personajes y una trama. La literatura futbolera es un gran negocio y alimenta al mercado, pero seguramente pasará de moda», sostuvo el periodista y escritor Sergio Olguín.
En los últimos años, uno de los escritores más reconocidos, principalmente por su aparición mediática y a partir de la obra maestra que significó “La pregunta de sus ojos”, es Eduardo Sacheri. “Sacheri tomó la batuta de Soriano y Fontanarrosa”, dijo la crítica literaria Cristina Mucci. Es un escritor que sigue esa corriente que toma al deporte popular y lo conecta con el barrio, la familia y la argentinidad. Recordemos el cuento «El portón de Lelio»: un barrio detenido en las tardes futboleras de unos niños que utilizaban la puerta de un hombre mayor como arco, lo que suscitaba una serie de reproches. Muchos deben ser los que se ven reflejados en esos niños que disfrutaban de jugar con la pelota. Si Borges tenía razón en algo, era que el fútbol es popular, pero no por su poco brillo intelectual, sino por su esencia barrial. Por lo sueños transmitidos de padre a hijo y porque cada partido significa un capítulo único e irrepetible.
Jorge Valdano, ex futbolista y ahora escritor, se convirtió también en uno de los literatos más importantes en materia futbolística. Con otro estilo diferente al de Sacheri, de una perspectiva más reflexiva, apunta a desnudar al fútbol, para bien y para mal. La palabra resulta esencial para el fútbol, según Valdano: “Siempre he creído que el fútbol sin palabras es muy poca cosa. Entiendo que mucha gente que ha luchado desde la palabra por cambiar las cosas ha tenido tanta fuerza como lo que ocurrió en el campo. Es la fuerza transformadora de las ideas a través de la palabra”.
Poner las ideas y vivencias en papel, les ha servido a quienes buscan una pasión que los movilice, como una manera de expresar todo eso que yace dentro de uno. La narrativa futbolera es también una salida emocional. En el libro Pelotas de Papel, no se trata solamente de cuentos hechos por futbolistas, periodistas y allegados al ámbito, sino que se trata de animarse a escribir lo que uno siente, quiere e interpreta a su manera.
El fútbol actualmente en la Argentina vive en un estado de descomposición y emergencia que nos ha hecho olvidar ese espíritu lúdico con el tiempo, esa razón primera por la que se juega. En ese sentido, los libros son capaces de recuperar y plasmar algo que ya no se puede vivir en la cotidianeidad. La literatura futbolera, también sirve como refugio de un sentimiento que no se coincide con la realidad. Las sensaciones que se nos genera cuando jugamos desde el amateurismo, desaparecen al ver al fútbol en su carácter profesionalizado, en su estado crítico. Los domingos han dejado de ser los clásicos domingos en los que se iba a la cancha en familia al ver al club de los amores. De pronto, las hinchadas han dejado de ser dos y los cánticos se volvieron unívocos. En ese escenario desalentador, las palabras pueden rescatar lo que este deporte ha dejado de ser.
La escritura futbolera, además, puede llegar a cumplir una función casi pedagógica. Como deporte masivamente convocante, también puede, desde la literatura, atraer a nuevos lectores. Su adición como género literario ya establecido firmemente en los últimos años, atrapa a gente que desde otra temática no se hubiese adentrado en la literatura. A muchos jóvenes no les gusta leer, pero cuando Galeano escribe: «El niño pobre, en general negro o mulato, que no tiene otro juguete que la pelota: la pelota es la única varita mágica en la que puede creer. Quizás ella le dé de comer, quizás ella lo convierta en héroe, quizás en dios”, difícilmente alguien pueda sostenerse indiferente ante eso.
Pier Paolo Pasolini, escritor y poeta italiano, hizo alguna vez una de las mejores reflexiones que incluían al fútbol y la literatura: »El fútbol es un sistema de signos, por lo tanto es un lenguaje. Hay momentos que son puramente poéticos: se trata de los momentos del gol. Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código: una ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad. Igual que la palabra poética. El goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año. El fútbol que produce más goles es el más poético”. Se trata de una relación que pasó por distintos estados de ánimo, pero la literatura puede ayudar al fútbol, y el fútbol puede ayudar a la literatura.
Por Ernesto Lorenz y Matías Díaz