En octubre de 2014 el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires firmó una resolución para devolverles a los habitantes de la Capital Federal un tesoro que parecía perdido. La aprobación para que reaparezcan o se mantengan vigentes las calesitas de las plazas públicas se transformó en una caricia al corazón para grandes y chicos. Impregnados por el anhelo de los mejores recuerdos, los adultos aprovechan las ganas de sus hijos para poder subirse. Así lo cuenta Tito, calesitero de la Plaza Arenales y tesorero de la Asociación de Calesiteros de Buenos Aires.
Adelino Luis Da Costa, Tito para los vecinos del barrio, realiza este trabajo desde los 17 años, cuando su tío lo dejó a cargo de la concesión. Desde entonces, tuvo que lidiar con distintas ordenanzas municipales hasta la reglamentación definitiva. “En todos los años que trabajé de esto, debí mover la calesita 5 veces. Siempre por la zona de la Plaza. Estábamos prohibidos en esas épocas o nos imponían normas muy difíciles de cumplir desde lo económico. ¡Parecíamos un circo!”, comenta.
Don Luis, como lo llaman sus clientes, es quien le da vida al carrusel ubicado en la esquina de Venancio Flores y Av. Segurola, en Floresta. A diferencia de la de Tito, la calesita debió sobreponerse a la crisis de 2001 con ayuda de los habitantes del barrio. En 2002, lograron restaurarla con aportes de los negocios de la comuna y vecinos. En ese sentido, Luis se muestra eternamente agradecido y reflexiona: “La ayuda que me dieron es increíble. No sólo porque mantuve mi trabajo en una época difícil sino también porque los chicos pueden seguir disfrutando de algo tan hermoso como subirse a un caballo de madera y dar un par de vueltas”.
Quitarle la sortija al calesitero es el desafío principal de cada vuelta. Si se logra, el jugador se gana el derecho a realizar otra vuelta sin costo alguno. Sin embargo, la consigna no es fácil de cumplir y algunos afirman que depende de la voluntad del dueño.
“Eso es un mito. Hay niños que son muy habilidosos y otros no. El problema es que a veces te agarra cansado y no te da el tiempo para mover la muñeca con la precisión necesaria. Es toda una técnica que lleva años aprenderla”, afirma Luis, mientras suelta un risa cómplice para defenderse de los cuestionamientos al juego.
Tito, en cambio, utiliza un tono más poético cada vez que le preguntan sobre el tema: “La sortija es la primera victoria del ser humano, después de nacer”. Y agrega: «Cada vez que un chico logra vencerme, se me llenan los ojos de lágrimas por la emoción que me genera. Me recuerda a los tiempos de mi tío y de mis padres que me traían a esta misma calesita. La alegría que generás en los chicos es algo que no se borra nunca más”.
En la Ciudad de Buenos Aires se registran 54 calesitas. Las de mayor antigüedad se encuentra en la Plaza Arenales, en Devoto; Parque Chacabuco, Floresta y Barracas.
Patricio Barrese