La presencia de un Estado ausente, “vaya contradicción”, en determinados sectores de la sociedad, es hoy una realidad insoslayable.
En los barrios más pobres de nuestro país, esto acarrea varios problemas. Falta de urbanización, constantes casos violencia institucional, carencia hasta de ambulancias y gente alimentándose en comedores solidarios, son algunos de estos. Ante tamaña incongruencia, las personas que sufren esta sostenida desigualdad son quienes se unen para luchar por sus derechos.
Los vecinos y vecinas de la Villa 31, lo hacen con sus pibes. Visualizan su futuro, mejor de lo que alguien ajeno al barrio puede hacerlo. Así, mediante una escuela de fútbol, se crea un espacio para que los chicos aprendan a debatir entre ellos. El deporte no es la prioridad, sino que es una vía para educar a los más chicos.
En búsqueda de crear dicho ambiente de discusión, este taller se desanda por muchos caminos ideológicos, que rompen con la clásica escuelita de futbol.
Por un lado, vivimos en una sociedad extremadamente machista, que denigra de forma sistemática a la mujer. Causalmente, el deporte más popular del mundo promueve esta discriminación. Sin embargo, en los barrios más estigmatizados como carentes de educación, los chicos le dan una gran lección al mundo. Mujeres y varones juegan, aprenden y nos enseñan juntos. Los equipos se conforman de forma mixta y echan por tierra el mito popular de “el futbol es para hombres”.
Sumado a esto, profesores y alumnos comparten una charla extensa antes de arrancar el entrenamiento. En ésta, se debaten problemáticas comunes al barrio. Esto abarca todo tipo de discriminación, conflictos familiares, situación escolar, casos de violencia institucional y consumo de drogas. La idea de los que brindan el taller no es llegar a los chicos con una verdad absoluta, sino mediar para que ellos encuentren la solución juntos.
Por último, cabe destacar que, para aprender a debatir, los pibes y las pibas juegan al futbol. Es mediante el mero acto deportivo que su capacidad de tomar decisiones llega al máximo. Para empezar, son ellos los que eligen los equipos. Continúan dictando las reglas que va a tener el partido y, mientras se juega este, entre todos actúan como un árbitro. Así, se genera de a poco un ámbito de confianza entre todos, y queda demostrada la buena fe de cada chico.
Al realizarse el taller en una cancha del barrio que no tiene dueño, la desorganización se hace inevitable con tantos grupos que juegan a la par. Sin embargo, no cabe argumento ni razón, para superponer un desorden lógico en la práctica del taller, en vez de admirar el orden propio de un barrio, que intenta mostrarle a su próxima generación que pueden pensar, hacer, decir.
Una producción especial de: Gallego, Alvarez, Cabrera, Giusti, Marker, Pelichia, Garay, Vía, Marco, Alessandrini, Zoloaga