El regreso de Creamfields a Buenos Aires luego de nueve años de ausencia lo convirtió en un evento épico que convocó a miles de fanáticos de la música electrónica. Durante el sábado 16 y domingo 17 de noviembre, el Parque de la Ciudad fue el escenario de una fiesta llena de luces, música y emociones, reviviendo la magia de un festival que supo adaptarse a los nuevos tiempos.
Más de 35.000 personas estuvieron presentes en este gigantesco parque del sur de la ciudad, para vivir la experiencia de uno de los festivales más importantes del mundo. El parque, que en tiempos pasados recibió otras ediciones del festival, lucía diferente: las clásicas luces de los escenarios fueron reemplazadas por un ambiente luminoso y visible, lo que evidenció el cambio rotundo de la música electrónica en la era post-pandemia.
El festival, marcó un contraste con sus ediciones previas, donde la oscuridad era la esencia. Este año, el evento comenzó a la una de la tarde, una movida que muchos criticaron al principio, ya que contradecía la atmósfera nocturna tradicional. Sin embargo, la gente respondió con entusiasmo y las críticas quedaron rápidamente en el olvido. La jornada inaugural, el sábado 16 de noviembre, estuvo llena de emociones desde su inicio, con gigantes de la electrónica como Alesso, Steve Aoki y Paco Osuna marcando el inicio de lo que iba a ser un fin de semana para el recuerdo.
La gran distribución de los escenarios también fue clave para el éxito del evento, ya que contaba con cuatro áreas de distintos estilos de música, amplios espacios de descanso y una oferta gastronómica muy variada, desde clásicos food trucks hasta opciones más gourmet. La organización también implementó un sistema de pagos «cashless» que facilitó las compras y evitó largas filas, lo que permitió que las personas tengan una gran experiencia.
Pero el día que desbordó todo tipo de expectativas fue el domingo 17. La reaparición de la Swedish House Mafia, uno de los grupos más esperados, desató una gran emoción en las personas, quienes ansiaban su regreso con una energía que solo los grandes artistas pueden generar. Con Alan Walker, Nina Kravitz y Richie Hawtin completando line up de ese día, los fanáticos pudieron disfrutar de una variedad que fue desde el house más enérgico hasta el techno más experimental. Incluso Babasónicos, la banda de rock argentina, se presentó con una fusión de géneros que sorprendió a muchos.
El regreso de Creamfields a Buenos Aires no solo fue del ámbito musical, sino también en lo social, ya que al evento asistieron personas de diferentes edades, lo que reflejó una expansión de la cultura electrónica hacia nuevos grupos. «Vi gente que no imaginaba ver nunca en un festival de electrónica», comentó una de las chicas del staff. Y agregó: «Hay más gente de distintas edades. Es como una mezcla entre el rock, el trap y la electrónica, todos en el mismo lugar».
Este nuevo público ha sido parte de un gran cambio generacional, en donde los festivales de música electrónica se han abierto a una gran variedad de edades y géneros musicales. Las personas ya no son solo los jóvenes obsesionados con el estilo electrónico. Hoy, el público de Creamfields es más variado, desde jóvenes de 20 años hasta personas de 40.
A pesar de estos cambios, el espíritu de Creamfields sigue intacto. Al final, el regreso de Creamfields a Buenos Aires no fue solo una fiesta de música y luces, sino un recordatorio de la capacidad de la música para evolucionar y adaptarse a los nuevos tiempos sin perder su esencia.
Con este regreso, luego de casi una década en la capital argentina, el festival ha vuelto con fuerza en el calendario de los grandes eventos del país, prometiendo seguir siendo un plan imperdible para todos los fanáticos de la música electrónica.
Ignacio Celant