Gabriel Peirano, de 29 años, tiene una historia de vida que fue moldeada, como la de muchos otros, por crecer en una familia adoptiva. Nació en la ciudad de Clorinda, en la provincia de Formosa, y es el séptimo de varios hermanos en una familia que está bien posicionada económicamente. Es lo único que sabe gracias a la poca información que pudo obtener. Sin embargo, su destino lo llevó en otra dirección desde el inicio: fue adoptado a los pocos días de nacido y no llegó a conocer a sus padres biológicos. Hoy, Gabriel trabaja en el área de soporte IT para distintas empresas, y se siente seguro y agradecido por la familia que lo crió y apoyó incondicionalmente.
La historia de Gabriel tiene algunos giros inesperados. Al hablar de su infancia, recordó un momento clave: «Me enteré a los 8 o 9 años, cuando mi mamá me lo contó. Aunque a esa edad no tenía idea de lo que era ser adoptado, siempre fue raro ser el hijo morocho de una familia rubia». A pesar de esta diferencia física, nunca experimentó bullying por su adopción y siempre se sintió parte. La relación con sus padres adoptivos es inmejorable; ellos le brindaron «un apoyo del 100%», como bien mencionó Gabriel, y junto a su hermano creció con el respaldo y cariño de quienes eligieron amarlo como un hijo propio.
La vida de Gabriel incluye anécdotas que reflejan tanto la fortaleza de su vínculo con sus padres adoptivos como los desafíos que implican ciertos aspectos burocráticos de la adopción en este país. Una de las historias más impactantes que le contaron sucedió el día en que el juez lo entregó oficialmente a su nueva familia en el juzgado de Formosa. «Aparentemente, mi abuela biológica intentó llevarme con ella, arrancándome de los brazos de mi mamá adoptiva, lo cual hizo que la policía la detenga y me devolviera a mi mamá», relató Gabriel. Este episodio fue solo el comienzo de una vida que tuvo sus altibajos, pero que siempre contó con el amor incondicional de sus padres que eligieron cuidarlo.
Otro episodio significativo ocurrió cuando cumplió 15 años y tuvo que renovar su DNI. Por un error en el sistema de adopciones, su identidad legal aún estaba registrada bajo su apellido biológico, lo que lo llevó a vivir una situación surrealista. Gabriel comentó cómo fue retenido y sometido a un interrogatorio, asustado y confundido: «Me hicieron preguntas de todo tipo, sin la posibilidad de ver a mis padres». Este inconveniente administrativo fue una muestra de las dificultades a las que se enfrentan muchas familias adoptivas en un sistema que, según Peirano, «deja mucho que desear y hace casi imposible adoptar».
A pesar de los momentos complejos, Gabriel no dejó que estos aspectos definan su identidad. Para él, el tema de su adopción es algo que puede abordar sin problema alguno; incluso lo toma con humor y lo ve con naturalidad. «No siento odio. Hay personas que en sí dejan mucho que desear, pero creo que la vida es algo más compleja y bonita para explorar que solamente quedarse atrapado en un sentimiento tan vacío y básico como el odio», afirmó. Su visión refleja una madurez emocional que desarrolló a lo largo de los años y que le permite ver su historia sin rencor hacia sus padres biológicos, pero con gratitud y amor hacia sus verdaderos padres.
En cuanto a su futuro, Gabriel tiene claro que le gustaría adoptar algún día. «Es algo que demuestra un cariño inmenso, es una forma de amor que experimente de primera mano”, recalcó. Su visión de la familia se extiende más allá de los lazos de sangre. “Por suerte los amigos que decidí tener al lado mío no los considero en sí amigos sino hermanos y son parte de mi familia”, señaló. Esta comprensión amplia de la familia es un reflejo de su capacidad para construir vínculos sólidos y significativos, independientemente de su origen.
Gabriel es un ejemplo de aceptación y gratitud. Su historia es un recordatorio de que la familia no siempre se define por la biología, sino por el amor, el apoyo y la lealtad.
Tomy Platner 2°A TT