Juan Gardey, el pueblo bonaerense que desconoce la inseguridad

Una pequeña localidad de poco más de 500 habitantes disfruta de una vida lejos de toda contaminación citadina.

Generalmente se asocia al flagelo de la inseguridad con la provincia de Buenos Aires, pero no todo se circunscribe al Gran Buenos Aires. A solo 25 kilómetros de la ciudad de Tandil se encuentra Juan Gardey, un apacible pueblo histórico desarrollado como agrícolo-ganadero en torno al ferrocarril. Uno de sus encantos más notables es su tranquilidad. Las puertas y ventanas quedan abiertas. Las bicicletas estacionadas, sin candados. Además, como pasaba otrora en nuestros barrios, los vecinos comparten charlas, mate de por medio, en las veredas. Todo esto lo convierte en un pueblo seguro. Ya varias familias lo eligen para emprender nuevos horizontes, debido a su calidad de vida.

El centro de Gardey posee ocho cuadras de extensión y cuenta con una población de 532 habitantes. Guarda sus tradiciones arraigadas rodeado por un escenario geográfico para que sea un lugar que roza el edén. Las siestas son una diaria cita obligada. Este sitio es ideal para desconectarse del ajetreado ritmo urbano en el que está inmerso el habitante de las grandes urbes. Como en un cuento, las calles se encuentran bordeadas de frondosas arboledas. Con ranchos de adobe que vigilan el paisaje. El pueblo se encuentra atravesado por el arroyo Chapaleufú. Todos estos ingredientes son los que logran la receta de un pueblo con una paz y seguridad única.

Fue fundado oficialmente un 7 de abril de 1913 por Pablo Guglieri, proveedor del ejército en la presidencia de Julio Argentino Roca. En 1852, Guglieri le compra tierras a Gardey con el objetivo de lotearlas para la urbanización. En 1875 se producen invasiones de los indios Namuncurá y Catriel, a lo largo de dos años. Los ataques son repelidos durante la Campaña del Desierto comandada por Roca. El 19 de agosto de 1883 el Ferrocarril del Sud inauguró el trayecto entre Ayacucho y Tandil y se proyecta ampliarlo hasta el kilómetro 356. Se lo denomina Pilar, en homenaje a Pilar López de Osornio, antigua dueña de esas tierras. La estación fue inaugurada en 1884. A partir de 1895, el gobierno provincial cambia el nombre por Gardey.

El pueblo ofrece amplias posibilidades turísticas. Una excelente gastronomía, la coqueta estación de tren y la Capilla San Antonio de Padua. Además, el tradicional almacén Vulcano, donde se hace gala de la especialidad de la zona: los fiambres tandilenses. En el arroyo Chapaleufú se puede llevar a cabo pesca, el canotaje o la práctica de kayak. Posee el Museo de Malvinas, el cual es gratuito y recrea la gesta a partir de varios objetos. O la plazoleta central, donde emprendedores locales muestran sus productos. Cuenta también con un Atelier de Arte y Pintura, donde se muestra todo el arte del pueblo. El recorrido puede cerrar en la vieja Escuela Provincial N° 19 del pueblo, construida en 1914 por el propio Guglieri, también fundador de Daireax.

En cuanto a lo cultural y a la educación, la localidad fue escenario de las películas “Que vivan los crotos” de Ana Poliak, “El linyera” de Enrique Larreta, “Los chicos de la guerra” de Bebe Kamin y «Gardey, ayer y hoy», presentado en el Festival de Tandil. Cuenta con tres niveles educativos: inicial, una escuela primaria y una escuela secundaria para niños y adultos, además de una escuela de teatro. Los docentes llegan desde la ciudad de Tandil. En la iglesia se dictan talleres de manualidades y la localidad cuenta con una biblioteca pública. Su grupo musical representativo son “Las voces de Chapaluefú”. En cuanto a los clubes de la zona, figuran Racing Club, Ferroviario, 4 Ases y La Vieja Esquina.

Este pintoresco pueblo es para muchos una hermosa excusa para realizar un turismo cercano. Para otros termino siendo su nuevo lugar en el mundo, debido a la tranquilidad y a la seguridad para todo el núcleo familiar. Algunos decidieron abandonar ciudades densamente pobladas con todo el estrés que esto conlleva. Esto fue cambiado por paz, tranquilidad y distensión. Menos pobladores, menos edificaciones, pero más seguridad. Esa seguridad que cada vez hace más falta en todo el AMBA.

Carlos Guillermo Vega, 2°A TT