Desde muy temprano, miles de personas se encontraron en las afueras del estadio, con una mezcla de emoción y nostalgia que se notaba a simple vista. La fila estuvo compuesta por jóvenes, adultos y hasta familias enteras, todos con el mismo deseo: ver en vivo a uno de los compositores más reconocidos de la historia de la música.
El show comenzó con un estallido de alegría cuando empezaron a sonar los primeros acordes de “Can’t Buy Me Love”. Las personas explotaron en un montón de aplausos y gritos, dándole así una gran bienvenida a Paul McCartney. A lo largo de más de dos horas, el músico recorrió su enorme carrera, interpretando clásicos de los Beatles, como “Hey Jude”, “Let It Be” y “Yesterday”, así también como éxitos de su etapa en solitario, como “Live and Let Die”.
Luego de “Junior’s Farm”, McCartney se tomó un momento para saludar al público hablando un perfecto español y desplegando ese carisma intacto que lo volvió quién es, dijo: “Hola Argentina, estoy muy feliz de volver a verlos”.
El cierre del recital con “Hey Jude”, canción que le escribió al hijo de John Lennon, fue un momento sobresaliente. McCartney animó a todos a unirse en un poderoso coro que repercutió en las tribunas, iluminando la noche con miles de flash de los celulares. El entusiasmo y la emoción flotaban por el aire, dejando a todos con una sensación de pertenencia y alegría.
Al término del último show, el domingo, el público salió del estadio con sonrisas y recuerdos imborrables. Paul McCartney, a sus 82 años, no solo demostró su maestría en el escenario, sino que también reafirmó su lugar como un ícono histórico de la música. Su paso por Buenos Aires se recordará no solo por la música, sino por la capacidad de unir a generaciones a través de un legado musical que sigue vivo.
Ignacio Celant