Cuando los conquistadores españoles llegaron a lo que hoy es México, encontraron un sistema de escritura predominantemente pictográfico, donde cada símbolo o «dibujo» representaba una frase o una idea completa. Este método era empleado por las élites gobernantes para preservar rituales religiosos, narraciones históricas, y registros tributarios y poblacionales, entre otros aspectos. Los escribas que cuidaban estos textos —a menudo hechos en papel plegado, lienzo o piel de animal— memorizaban extensos discursos, y seguían las imágenes con el dedo para asegurarse de no perder el hilo del mensaje. Esta forma de escritura estaba más cercana a lo icónico, similar a las pinturas rupestres, que a sistemas más abstractos como la escritura egipcia o china. Al llegar al Nuevo Mundo, los primeros religiosos enviados para evangelizar a los pueblos indígenas aprendieron las lenguas locales para cumplir su misión.
Los llamados “12 apóstoles de México”, un grupo de frailes franciscanos, llegaron en 1524 a la ciudad de México. Este reducido grupo comenzó una monumental tarea de cristianización, a la que luego se sumaron los dominicos y los agustinos. Sin embargo, la obra de estas órdenes religiosas no se limitó a la evangelización. También contribuyeron a la fundación de asentamientos, la administración de justicia, y actuaron como asesores de las autoridades reales, entre muchas otras labores. Los primeros textos dirigidos a los indígenas eran más semejantes a pinturas rupestres que a lo que consideramos escritura moderna. Esto obligó a los frailes a aprender las principales lenguas mesoamericanas, lo cual hicieron con éxito. Al principio, integraron los pictogramas con el alfabeto español. Un ejemplo notable es la transcripción en náhuatl del catecismo elaborado por fray Pedro de Gante. Algunos religiosos, buscando acercarse más a las costumbres indígenas, pidieron a los copistas que reprodujeran pasajes bíblicos en grandes lienzos usando el sistema pictográfico. Estos frailes iban de aldea en aldea con un grupo de indígenas bilingües, llamados ladinos —término tomado de los judíos y musulmanes conversos en España—, y reunían a la población. Desde alguna tarima o basamento piramidal, mostraban las imágenes con una vara, explicaban el contenido en español, y sus ayudantes lo traducían al náhuatl.
La enseñanza de las lenguas indígenas a los evangelizadores
Una nueva complicación surgió cuando fue necesario enseñar las lenguas indígenas a los frailes recién llegados. Era impráctico que las aprendieran directamente de los nativos, como hicieron los primeros evangelizadores. Así que se organizaron escuelas para enseñar a los misioneros las lenguas locales, lo que llevó a la creación de un alfabeto para el náhuatl, utilizando el sistema ortográfico del español. Una vez que la lengua mexicana se adaptó al alfabeto latino, comenzó una intensa y variada producción escrita. Se crearon textos al estilo europeo primero manuscritos y luego impresos, como silabarios, diccionarios, sermones, gramáticas, doctrinas, crónicas y anales. Uno de los personajes clave en la adopción del alfabeto latino en el náhuatl fue el franciscano Bernardino de Sahagún. Sus escritos, conocidos hoy como el Códice Florentino, se han digitalizado para consulta global. Según Alejandra Ortiz Castañares, este códice fue elaborado para conocer y evangelizar a los mexicas, y es uno de los pocos que utilizan un lenguaje híbrido, donde la tradición pictográfica indígena se combina con el recién introducido alfabeto latino en náhuatl.
En cuanto a los desafíos fonéticos al pronunciar en otro idioma, a pesar de ser una solución práctica, los evangelizadores no anticiparon las diferencias fonéticas entre las lenguas indígenas y el español. Por ejemplo, el náhuatl carecía del sonido /ñ/ y contaba con sólo tres vocales en lugar de cinco. Además, el español carecía de algunos sonidos característicos del náhuatl, como los fonemas interdentales laterales, lo que los llevó a improvisar con combinaciones de letras como «tl» y «tz».
Agustin Potenza, 2°A TT