Miguel Fitzgerald fue un piloto civil que trabajó en Aerolíneas Argentinas, fue fotógrafo aéreo y taxista aéreo: estar en el aire era su vocación. Para Miguel y sus colegas, la idea de volar hacia las islas Malvinas siempre era tema de conversación. Ya en 1952, dos aviadores lo intentaron; lograron sobrevolarlas pero por las condiciones climáticas no pudieron aterrizar e incluso cuando volvieron a tocar suelo en el país, fueron suspendidos y perdieron su licencia. Miguel tenía miedo de sufrir el mismo destino, pero el sueño seguía intacto.
Miguel, en 1962, realizó su primera proeza: voló durante 48 horas ininterrumpidas desde New York hasta Buenos Aires, con un timer que sonaba cada 10 minutos por si se quedaba dormido y el computador colgado en el cuello.
En septiembre de 1964 los diarios anunciaron que Naciones Unidas trataría la descolonización de territorios en América Latina. Fue un antes y un después, y para el piloto fue un “ahora o nunca”.
Fitzgerald era una persona reservada y mantuvo todo en secreto; su proyecto solo lo conocían su esposa y un par de personas más. Volar era su única fuente de ingresos, el único recurso que tenía para alimentar a su familia. Su hijo, Christian Fitzgerald, reveló: “Mi viejo decía que nunca trabajó en su vida, que tuvo la suerte de que le pagaran por hacer lo que más le gustaba, que era volar”. Perder su licencia era un lujo que no podía darse. Él también pensó que los ingleses podrían impedirle el aterrizaje o incluso llegar y que ellos lo negasen. Decidió ir a los medios, primero al diario La Razón, donde no le dieron importancia. Luego llegó a Héctor Ricardo García, dueño de Crónica, a quien seduzco tanto la idea que ofreció alquilarle el avión y pagar el combustible. Incluso quiso que un fotógrafo lo acompañara, pero los riesgos y el espacio de la cabina ocupado por el combustible hicieron que Miguel rechazara la compañía. Por precaución, Miguel quería que su hazaña fuese noticia, para evitar las posibles consecuencias.
Fitzgerald remodeló su pequeño avión, sacó los asientos y puso tanques de combustible extra. Lo nombró «Luis Vernet», por el primer comandante político de las islas antes de la invasión.
El 6 de septiembre 1964 comenzó su travesía desde el aeródromo de Monte Grande a Trelew. Ahí cargó combustible para llegar a Puerto Madryn y pasar la noche. Al otro día avanzó por Comodoro Rivadavia rumbo al sur. A la altura de Caleta Olivia el motor empezó a fallar. Aterrizó “de emergencia” en Pico Truncado para solucionar un problema con las bujías y seguir hasta Río Gallegos. Con la ayuda del comandante y gerente de Austral, Ignacio Fernández, obtuvo la información técnica y metodológica necesaria para su hazaña. También declararon un vuelo a Ushuaia, la coartada para que Miguel avisara su posición a un operador en tierra.
El verdadero desafío estaba frente a sus ojos: atravesar más de 550 kilómetros de un mar frio y turbulento para llegar en las islas.
En la mañana del 8 de septiembre, Fitzgerald estaba volando a 2500 metros. Atravesando un infinito mar azul, helado y silencioso, donde su única compañía era la radio AM que le susurraba: «Mi Buenos Aires Querido» y otros clásicos. De acuerdo a su plan de vuelo, llegaría al mediodía.
El día de su cumpleaños 38 vio su sueño convertirse en realidad. Había llegado a las islas. Se preparó para aterrizar, pero las nubes le impidieron ver el suelo. Sabía que estaba cerca de un cerro de unos 600 metros, por lo que decidió elevarse nuevamente y buscar un claro.
Por radio avisó que encontró lo que estaba buscando y que estaba sobrevolando el estrecho San Carlos, el canal que separa a las islas Soledad y Gran Malvina. Sobrevoló dos veces el pueblo antes de hacer pie en una pista precaria que se usaba para carreras de caballos. Sin apagar el motor, bajó con una bandera argentina traída de su casa y la colgó en un alambrado que se encontraba cerca.
Un grupo de personas se acercó pensando que estaba perdido. Él los saludó y dándoles una nota, les dijo: “Entrégale esto a su gobernador”.
“Al representante del gobierno ocupante de inglés Islas Malvinas. Yo, Miguel L. Fitzgerald, ciudadano argentino, único, necesario y suficiente título que exhibo en cumplimiento de una misión que está en el ánimo de veintidós millones de argentinos, llego al Territorio Malvínico para comunicarle la irrevocable determinación de quienes como yo han dispuesto poner término a la tercera invasión inglesa a territorio argentino…”, comenzaba el texto.
Su misión estaba cumplida. Apenas llegó nuevamente a Río Gallegos, su cómplice Héctor García hizo lo suyo, redactó la nota y obtuvo la primicia, mientras que a Miguel lo llevaron a recorrer el pueblo como un héroe. El diario Crónica anunció: “Malvinas, hoy fueron ocupadas” y en Argentina no se habló de otra cosa.
Desde ese instante, Londres optó por desplegar en las islas un grupo permanente de Royal Marines. Hasta ese momento, los malvinenses desconocían que existía un reclamo argentino sobre la soberanía de las islas.
El hecho tuvo tanta repercusión y aceptación popular que el piloto solo recibió un apercibimiento. El presidente Arturo Illia lo invitó a una audiencia. Fue invitado a dar charlas por todo el país. Recibió centenares de cartas felicitando su valentía. Años después trabajó como piloto de Crónica, cubriendo hechos históricos como la muerte del “Che” Guevara. En 1968, con García, quien lo apoyó desde un primer momento, volvió a las islas.
Miguel Fitzgerald, el piloto de la hazaña soñada, falleció el 25 de noviembre de 2010.
Tomy Platner, 2°A TT