La Navidad es para muchos la mejor época del año, es una fiesta en casi todas partes del mundo y resplandece con tradiciones arraigadas que tejen un manto de simbolismo y significado. Entre éstas, el árbol de Navidad, que en las familias argentinas y en el mundo se suele armar el 8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, y se lo desmonta el 8 de enero o después de la llegada de los Reyes Magos.
Argentina es un país de credo católico y esta fiesta significa para los católicos mucho más que armar el arbolito, escribir cartas y comprar regalos. Sobre esto dijo el Papa Francisco: «Si queremos celebrar la verdadera Navidad, contemplemos este signo: la sencillez frágil de un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí está Dios» (Homilía del Papa Francisco, 24-12-2016).
La Navidad es la conmemoración del nacimiento de Jesucristo y va más allá de un evento histórico; es el corazón mismo de la fe cristiana. La verdadera encarnación del Hijo de Dios distingue la fe cristiana, como nos recuerda el Credo Niceno-Constantinopolitano: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre».
La venida del Hijo de Dios a la tierra, un suceso de proporciones inmensas fue precedida por siglos de preparación, con San Juan Bautista como precursor inmediato, enviado para allanar el camino. El tiempo litúrgico del Adviento, que la Iglesia celebra durante cuatro semanas, nos sumerge en la expectación y la reflexión, recordándonos la magnitud de este acontecimiento.
El Papa Francisco se expresó en el inicio de un nuevo Adviento en su cuenta de X:
Dios, que viene en nuestra condición humana, elige la pobreza. Del mismo modo, estamos llamados a volver a lo esencial de la vida, para deshacernos de todo lo que es superfluo y puede convertirse en un impedimento en el camino de la santidad. #Adviento
— Papa Francisco (@Pontifex_es) December 5, 2023
La fecha exacta del nacimiento de Jesús permanece envuelta en el misterio, y la celebración del 25 de diciembre encuentra sus primeros vestigios en el siglo III. Aunque los Evangelios no proporcionan detalles específicos sobre la fecha, la tradición occidental adoptó el 25 de diciembre como el día conmemorativo del nacimiento de Cristo, según el calendario litúrgico filocaliano del año 354.
La narrativa evangélica revela que, por un edicto de César Augusto, María y José se desplazaron desde Nazaret hasta Belén, la ciudad de José, para cumplir con el censo. En Belén, en un entorno humilde y en un pesebre destinado al ganado, nació Jesús, el Salvador. Esta tradición, transmitida desde los primeros días de la Iglesia, subraya la naturaleza sobrenatural del nacimiento de Jesús y nos recuerda que se ha hecho hombre.
Pesebre: La manifestación de lo divino en lo humano
La festividad de la Epifanía, que tiene lugar el 6 de enero, marca la culminación de la temporada navideña y conmemora la adoración de Jesús por unos «magos» llegados de Oriente. Estos sabios representantes de diversas religiones paganas simbolizan las primicias de las naciones que acogen la Buena Nueva de la salvación a través de la Encarnación.
El Papa Francisco, en una audiencia el 18 de diciembre del año 2019 animaba a prepararse para la navidad de un modo sencillo: armando el belén. “Nos recuerda la importancia de pararse. Ante una sociedad frenética, el belén nos hace dirigir nuestra mirada a Dios, que es pobre de cosas, pero rico de amor, y nos invita a invertir en lo importante, no en la cantidad de bienes, sino en la calidad de los afectos”, expresó en la misma.
Forman parte del pesebre El Niño Jesús (que muchos lo colocan el día de Navidad) que reposa junto a la Virgen María, y San José. Los Reyes Magos, Gaspar, Melchor y Baltasar, que llevan consigo oro, incienso y mirra. La Estrella de Belén. Y animales como la mula, el buey y las ovejas completan el cuadro, que transporta a la sencillez de aquel momento.
Así, en la intersección de la historia y la fe, el árbol de Navidad y el pesebre se entrelazan, recordándonos la sencillez del niño en aquel establo y la luz que este evento arroja sobre la fe cristiana. En estas tradiciones, que fusionan lo antiguo y lo nuevo, la Navidad perdura como un recordatorio atemporal de la gracia divina y la esperanza que emana de la llegada de Jesucristo, e invita a vivir esta fiesta en familia uniéndose a la familia de Nazaret.
Santiago Sanchis, 2°A TT