¿Cuántas bandas, a lo largo de la historia contemporánea, han sucumbido en el intento de recrear la música de Pink Floyd? En la cruzada por mantener en alto el legado de los británicos y permitir que los fanáticos de ayer, hoy y siempre puedan seguir disfrutando de ella en vivo y en directo, The End mantiene una senda de constancia y excelencia desde hace ya 30 años.
El concierto en el teatro Gran Rex, en una avenida Corrientes plena de shows y público post pandemia, fue una celebración por este aniversario dentro del “The Pink Floyd Connection III”. Si bien esta vez no hubo un montaje espectacular desde lo escénico, como ya han hecho en algún Luna Park años atrás, la interpretación de lo mejor del catálogo floydeano estuvo a la altura y, más aún, con la presencia de Durga McBroom, la vocalista estadounidense que David Gilmour convocó para la gira de presentación del disco “A Momentary Lapse Of Reason” y que luego quedó en el elenco estable para la etapa post Waters.
La banda prefiere evitar la palabra “tributo” y, según sus propias palabras, dicen que está “mal visto”. Talento para hacer su propia música no les falta, pero es válido también admitir que mantener viva la llama de la música de una banda tan importante y con un estándar tan alto en la recreación de cada pieza es una tarea de excelencia. Sobre todo porque no imitan ni se disfrazan, se dedican únicamente a interpretarlas.
La noche, todavía primaveral, comienza con la apertura de Literal, el artista invitado que hizo, con melodías y samplers disparados mediante su órgano, amena la espera del plato fuerte. Minutos después de las 21, las pantallas se encienden y los 12 músicos copan el escenario para dar rienda a la primera parte de «The Wall», una obra conceptual y de culto. Después de las primeras piezas, el grupo nacido en zona norte recibe a Durga McBroom para “Mother”, quien le da vida a la madre de Pink en la película de aquel disco con una dulce interpretación junto al vocalista Gorgui Moffatt, quien saca a relucir sus dotes de comedia musical sentado de piernas cruzadas en una esquina del escenario. La dupla se entiende con miradas y repite esos pasos en “Poles Apart” y en “Young Lust”, con un sensual baile a cargo de la cantante negra.
El conjunto está conformado por 12 músicos en escena: dos guitarras, batería, bajo, dos teclados, una máquina para efectos, un saxo y tres coristas. Cada uno tiene su momento para lucirse: los teclados de Charly Kleppe y Hernán Simó en la barrettiana “Astronomy Domine”, por ejemplo, el saxo de Martín López Camelo en “Money” y las guitarras de Mariano Romano y Matías Dietrich demuestran su intrépida audacia en todo momento, sobre todo en “High Hopes”. Las coristas estables destellan al compartir la épica “The Great Gig In The Sky”, corolada por Durga, que sube y baja su tono con extrema facilidad y versatilidad. Con ese mismo impulso audaz, la negra de rastas baja y canta muy contenta en el pasillo de las plateas del Rex mientras Gorgui ronda por las rampas laterales del escenario.
La falsa despedida llega después de “Comfortably Numb”. Fue una lista, en los números corta, pero el espectáculo es extenso: dura poco más de dos horas. Tras un breve descanso, los bises son “Astronomy Domine” y “Run Like Hell”, con pelotas inflables rebotando de butaca en butaca como cierre a todo ritmo.
El duro juicio del ojo entrenado de los fans de Floyd siempre encontrará donde clavar el puñal, pero lo cierto es que el concierto que monta The End propone un viaje a lo más profundo de la historia de la banda inglesa, que suma más de cinco décadas, pasando por todos los discos incluso los que no han tocado en vivo.
Amén de lo sucedido, el grupo, en el que la mayoría de sus integrantes tiene actividades por fuera del proyecto, no tiene tiempo de disfrutar otro Gran Rex agotado: la gira continúa sin parar por Mar Del Plata, Paraguay, Santa Fe y un nuevo Rex a los pocos días.
Damián Basile