Es una de esas personas que no necesita presentación. Su pelo platinado con el mismo corte que mantiene hace tiempo, su ropa extravagante y en especial sus lentes fiel a su estilo que son infaltables, hacen que a Marta Minujín la conozcan casi todos: sus contemporáneos fanáticos de arte, de otras edades y gente no tan allegada al arte de diferentes edades.
Para Marta el ridículo no existe, vive, se muestra y actúa según su propio deseo y creatividad.
Artista plástica, estudió en Bellas Artes en alguna de las escuelas nacionales, y sin haberse recibido, presentó su primera exposición en 1861 con tan solo 18 años, ese mismo año consiguió su beca en Francia. Regresó a la Argentina en 1962, y un año después volvió a Paris gracias a otra beca. Posteriormente dividió su tiempo entre Nueva York y Buenos Aires donde reside actualmente. Se caso con el economista Juan Gómez Sabaini.
Pionera de los happenings, performances e instalaciones artísticas en el instituto Di Tella, realiza una práctica variada e irreverente que demuestra una profunda desconfianza en los objetos de arte coleccionables. Su estilo se consolidó con el uso de materiales efímeros como el cartón y la tela, que fueron parte de sus principales trabajos. Muchas veces la artista ha empleado la sorpresa, e incluso la violencia, que se vieron reflejadas en sus obras tempranas. En Paris había comenzado una serie de esculturas con colchones modificados, cosidos entre ellos y pintados de colores vivos.
En la década del 70 Minujin trabajó tanto en Buenos Aires como en Nueva York. Siguiendo las sugerencias de Roberto Mackintosh, comenzó con los obeliscos en movimiento y sus obras seleccionables. A principio de los años ochenta se vuelca al arte ambiental con obras como Repollos y Toronjas, y sumando proyectos que desacralizaban mitos populares como El obelisco de pan dulce y Carlos Gardel de fuego.
En la celebración del retorno de la democracia en Argentina, presentó en la Avenida 9 de julio el Partenón de libros formado con libros prohibidos durante la dictadura militar. Su interés por la revisión de los mitos se vuelca a la escultura griega clásica con obras que caen o se fragmentan entre sí. Sin abandonar el arte acción, produjo obras con la colaboración de Andy Warhol. Desde los años noventa su trabajo ha sido revalorizado y consagrado en diversos homenajes y retrospectivas, entre ellos obtuvo el Premio Konex, mención especial, además del Platino, ambos otorgados por la Fundación Konex.
Tras un año de pandemia, Minujín fue la estrella de la reapertura del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, que ofreció la muestra dedicada al fallecimiento del artista León Ferrari, y una exposición que recuperaba a las artistas mujeres. Dando luz a La Pandemia, su última obra sin colores, reflejaba lo negro que significó la propagación del coronavirus. Esta vez se dedicó a cortar y pegar miles de tiras de tela pintada en blanco y negro que formaban así en tonos gris su obra. En ese momento su relación con el resto del mundo fue entonces a través de Instagram, donde iba publicado la progresión de su obra, y recibía mensajes alentadores de sus seguidores, manteniendo la cercanía con sus fans más allegados.
Ha presentado exposiciones individuales en Bianchini Gallery, en The Américas Society, también en Howard Wisi Gallery, en Nueva York; en Buenos Aires, en el Centro de Arte y Comunicación, en el Museo Nacional de Bellas Artes, en el Museo de Arte Latinoamericano y en Europa en el centro Andaluz de Arte Contemporáneo de Sevilla, entre tantos otros.
Actualmente Minujín continúa trabajando como artista en su taller en el barrio porteño de San Cristóbal, seguramente sorprenderá a sus seguidores con alguna ocurrencia en particular para presentar una próxima exposición, ya sea en Buenos Aires o en Nueva York, que la caracterizará como artista, y como ya es costumbre será aceptada por el público en general.
Aldana Castillo