Por: Tomas Modini – Alumno de 3° TT
Siempre se dice que los clásicos son partidos aparte, que no importa cómo llegue cada uno, ni en nivel ni en jugadores. Y en el caso de este clásico en particular se habló mayormente de las bajas y de los que llegaban entre algodones. Cómo reemplazaba Ibarra a Sebastián Villa, que pasaba con Marcos Rojo, si hacía falta que se infiltre Pablo Solari por su molestía fueron las principales cuestiones que encabezaron la previa del partido.
Pero al fin y al cabo, el superclásico es mucho más que eso. Esa era una previa, pero hubo otra previa que la vivieron los hinchas y es ese quizás el mayor condimento.La Bombonera volvía a albergar con público un choque ante River y el hincha de Boca estaba totalmente confiado de que el triunfo iba a quedar en casa. Juan Román Riquelme lo dijo luego y antes lo expresaron los cánticos. “No va a quedar ni una gallina viva” y “En La Boca va haber un cementerio de gallinas” sonaba casi dos horas antes del comienzo cuando recién comenzaban a llenarse las tribunas populares.
Fue este condimento pasional el que jugó su propio partido. El público Millonario también aportó lo suyo con la multitud que fue a despedir al plantel en el Monumental antes de partir al estadio en el micro para, de alguna manera, hacerle sentir su presencia al equipo. Del otro lado, fue toda euforia. La parcialidad Xeneize deliró y lo hizo ver con el gran recibimiento que incluyo globos y humo azul y amarillo; y piroctenia junto a una bandera en el medio de cesped con la frase “El único grande” por parte del club.
Y durante toda la tarde fueron esas 53.000 almas que recibieron al equipo las que no pararon de alentar y le dieron un gran clima a un discreto partido que futbolísticamente dejó poco pero que de todas maneras permitió festejar con ese gran cabezazo de Darío Benedetto que abrió el partido y desató la locura. Una locura que puede llevar a la emoción como es el caso de Fernando, un hombre oriundo de Catamarca que lloraba como un nene cuando el Pipa destrabó el clásico. Era la primera vez que pisaba el estadio y se dio el lujo de hacerlo en un superclásico. Había estado presente frente a Agropecuario en Salta por Copa Argentina pero nada se compara con lo que vivió el domingo.
Y el final fue todo felicidad. El equipo de Gallardo terminó tirando pelotas al área y con un tiro libre crucial en la última jugada tras la expulsión de Marcos Rojo, de todas maneras ese nerviosismo quedó opacado por los festejos que como un gritó de guerra encabezaban “Boca tiene un hijo bobo que se llama River Plate” o “A River lo vuelvo loco con la azul y la amarilla”.
Está a las claras que el hincha de Boca se llevó un gran desahogo y el convencimiento de que el equipo está para pelear otro campeonato. Más allá de eso, esta nueva edición de “la madre de todas las batallas” volvió a demostrar porque es el partido más importante y esperado del fútbol argentino. Se le quiso bajar el precio diciendo que no era tan trascendente como otros (hace algunos años disputaron final y semifinal de Copa Libertadores), pero las tribunas dieron una auténtica muestra de que lo que se vive en un Boca-River en este caso excede a cualquier tipo de análisis o conjetura. Sino habría que preguntarle a Pep Guardiola que en la semana manifestó su deseo de presenciar alguna vez este partido en el Alberto José Armando.