En la historia, en la vida de cada persona, hay infinitas anécdotas de superación, de frustraciones, de triunfos, de esfuerzo denodado, de impotencia o abandonos.
Tal vez todas merezcan ser escuchadas y entendidas. Aunque, también tal vez, nunca nadie pueda entender del todo a nadie, precisamente por eso, porque no es el otro y desconoce el contexto en el que vivió ese otro o porque lo mira y analiza según sus propias vivencias.
Juan Martín del Potro logró ayer un grado de empatía que desmiente lo antedicho. Todos entendieron, atendieron, escucharon, vivieron y sintieron lo que ese hombre de 33 años quería decir con su juego y no podía. Entonces quiso hacerlo con palabras, pero tampoco pudo. Sin embargo, ya no era necesario: lo había expresado con sus lágrimas, esas que también se espejaron en los ojos de todos los que lo observaban. Allí estaba la comprensión y el abrazo que él buscaba desde hacía tanto tiempo.
Del Potro, el tenista argentino más ganador en los últimos 35 años, dio su adiós en las canchas de este, su país. Para la estadística queda haberse ubicado detrás de Vilas y Clerc como uno de los máximos ganadores de títulos ATP, con 22. Aunque, sin voluntad de polemizar con Clerc, le pelea el segundo lugar si se considera que posee un Abierto de Estados Unidos, su único Grand Slam, una final de Masters, dos medallas olímpicas, el número 3 del mundo y la hasta entonces escurridiza Copa Davis.
Anoche, del Potro dio su adiós a pesar de alguna frase esperanzadora que se le filtró cerca del final de la jornada, probablemente más empujado por su corazón mareado de emociones.
Se fue con ese paso cansino y cansado, derrotado en el juego, triunfador en todo lo demás. Él sabe bien lo que es ganar y perder. En el tenis, como en la vida, hay que estar preparado para perder. Se dejan muchos puntos en el camino pero también se ganan otros tantos. Perder, ganar, perder, ganar. Punto a punto, game a game, aunque lo importante es el balance final.
En su caso, muchos puntos los ganó el rival. Pero los más importantes, en la vida y en el tenis, fueron suyos y lo hicieron un gran campeón. Subió a la torre, pero siempre, como ayer, cerca de todos los que podían abrazarlo, paradójicamente, desde lejos y sin tocarlo.