Las peleas históricas y consagratorias del boxeo se escriben con dos componentes: resistencia y efectividad. A Tyson Fury le sobraron ambas. El combate frente a Deontay Wilder fue afín al estilo del famoso «dar y recibir», donde prevaleció el «Rey de los Gitanos» a causa de su voracidad al momento de impactar y su estabilidad para mantenerse en mejor forma que el estadounidense.
El enfrentamiento entre ambos era el cierre a una magnífica trilogía que inició en 2018 con un empate, continúo en febrero del año pasado con victoria del nacido en Manchester y culminó el día sábado con Fury revalidando su supremacía y alargando su récord. La última pelea de ambos había sido un escenario idéntico, el 22 de febrero de 2020 con Fury imponiéndose por nocaut en la séptima vuelta.
Fury llegaba con el récord invicto de 30 victorias (21 KO) y 1 empate, por el lado de Deontay Wilder decía presente con 42 victorias (41 KO), 1 empate y 1 derrota.
La contienda se dio en un ambiente tenso y parejo, los dos púgiles se daban cuenta del papel que debían desarrollar en el ring. Entre el público se podía divisar la presencia de dos consagrados ex-basquetbolistas como Shaquille O’Neal y Magic Johnson que no querían perderse de esta batalla tan prometedora. Fury justificando su favoritismo y Wilder buscando desestabilizar al inglés y emparejar el historial entre ellos.
En los primeros rounds se mantuvo una paridad bastante cerrada mostrando a los boxeadores muy medidos en sus golpes. Sin embargo esa equivalencia se perdió cuando en el tercer asalto Wilder tocaría la lona por primera vez en la noche.
Nuevamente en el ruedo, ya en el cuarto asalto, Wilder tiró de la soga y derrumbó a Fury en dos oportunidades cambiando la baraja del combate. El entarimado comenzaría a convertirse en una zona de guerra con impactos y sangre perdida desde los dos bandos.
La pauta se marcaría a partir del quinto round cuando el oriundo de Alabama empezó a sentir tempranamente el cansancio y se encontraba aturdido después de varios cross.Fue ahí cuando Fury vio la oportunidad de someter a su rival y así lo hizo hasta que llegó el tiro de gracia que cerraría la velada.
La pelea fue muy difícil, incluso para el referí estadounidense Russell Mora (quien anteriormente había estado presente en el duelo entre Manny Pacquiao y Yordenis Ugás) quien tuvo que intervenir en reiteradas ocasiones para romper el clinch, el único medio por el que ambos contendientes podían tomar una bocanada de aire para seguir con las acciones.
Llegando a la recta final, Wilder fue derribado por segunda vez en el combate en el décimo asalto. A esa altura, que continúe de pie y haya llegado hasta esas instancias era un premio para el estadounidense pese al resultado final.
La siguiente vuelta sirvió únicamente para contemplar el espíritu de Deontay Wilder entregar sus últimas embestidas ante la agresividad y el fervor que echaba Fury dentro del cuadrilátero.
El momento de la noche que parecía nunca llegar ocurrió cuando Wilder esquiva con los ojos achinados un cruzado de izquierda del inglés pero no alcanza a defenderse del misil derecho de Fury que dejaba a Wilder durmiendo en la lona y al «Rey de los Gitanos» tocando el cielo en el T-Mobile de Las Vegas. El tan esperado nocaut se hacía presente al igual que el año anterior. La trilogía y el combate habían finalizado.
El escenario en Nevada se iba desmontando, mientras Jimmy Lennon Jr engrandecía la victoria de Tyson Fury, Wilder se retiraba sin vociferar sensaciones tras el combate con la prioridad de ser atendido por los médicos tras las secuelas recibidas arriba del ring.
Fury cantaba y deliraba con el público, Wilder masticaba bronca al pensar que sus únicas dos derrotas y nocauts se los había propinado el mismo contrincante. Ni en «Búsqueda Implacable» se verá una trilogía tan repleta de acción, ni en «El Padrino» se volverá a ver una trilogía con tanta sangre derramada y ni en los mejores sueños, el mundo del boxeo albergará una nueva trilogía como la que brindaron Tyson Fury y Deontay Wilder.
Por Luciano Dos Santos