A lo largo de la historia, el hombre ha dejado reflejado en cuevas, piedras y rocas, representaciones de animales, plantas u objetos; escenas de la vida cotidiana, signos y figuras geométricas. Obras consideradas entre las más antiguas manifestaciones de su destreza y pensamiento. Antes de crearse la escritura, la sociedad humana posiblemente registraba ya, mediante la pintura y el grabado en piedras, parte de sus pensamientos y creencias.
La cueva de las manos, en el Río Pinturas de Argentina, posee un singular conjunto de arte rupestre, plasmado entre el 10.000 a.C. y el 700 d.C. Este sitio toma su nombre de la gran cantidad de impresiones negativas y positivas de manos que posee, aunque también hay ilustraciones de animales, como el guanaco, y escenas de caza.
Las pinturas rupestres han logrado conservarse hasta hoy debido a un particular equilibrio entre la composición del pigmento, la superficie de la roca y la naturaleza. Se desconoce si los que las realizaron fueron consientes de esta propiedad, es decir, si pretendían trascender su obra en el tiempo; lo que sí se puede afirmar es que esta dichosa coincidencia de factores nos permite reconocer en estas obras, una expresión esencial de sus vivencias.
Quienes investigan el arte rupestre en América Latina se dedican a rescatar información, de manera tal que ayudan a responder diversos interrogantes. Para lograrlo tienen que desplazarse hasta los sitios y el trabajo de campo puede llevar varios días o semanas en donde se realiza mediante calcos, dibujos y fotografías, el registro detallado de la roca, los murales y cada uno de los motivos. Una vez obtenida esta información, se analiza y se archiva. Finalmente, se dispone de tal modo que pueda ser consultada por el público en general.
Su nombre como “arte” no significa que se trate de objetos artísticos y con las finalidades con que hoy los entendemos desde nuestra cultura occidental. Ésta es sólo una más de las formas como se ha intentado definir, a lo largo de historia, su significado.
Mariano Bruno