Chris Froome, que viene del continente de tierra roja y lejana, es el keniano que cautivó al mundo del ciclismo con sus historias de niño salvaje criado en Kenia, entre hipopótamos y serpientes.
Froome ganó cuatro Tours, dos Vueltas a España y un Giro de Italia. Un año después, todo terminó. En el Dauphine del 2019, el test previo al Tour de Francia, cuando estaba inspeccionando la etapa contra el reloj junto a su compañero Wout Poels, se estampó contra un muro y se rompió entero. El fémur, la cadera, el codo y las costillas. Tuvo que aprender incluso a andar. «Eso fue lo más duro», recuerda. «Después de varias semanas en cama y otras más en silla de ruedas, el solo hecho de caminar ya resultaba extraño», dijo.
En ese camino «que a nivel mental fue muy exigente», contó que «la piscina, el poder nadar fue mi gran alivio» y que cuando «volver a la competición quedaba tan lejos», se cruzó la jugosa oferta del Israel StartUp Nation, el equipo insignia de un país, Israel. Froome los enamoró y lo quisieron en sus filas para poner al equipo en la primera fila del ciclismo mundial y ascender al World Tour. Cueste lo que cueste.
Cinco millones de euros por temporada. Ese ha sido el precio que ha pagado la escuadra israelí para que Froome haya vuelto a ser ciclista. Aunque muy lejos de su mejor versión. «A mí lo que me motivaba era volver a verme en las carreras, nunca dudé de que volvería a ser ciclista», reconoció. Dos años después de aquello ha regresado al Tour, la carrera que era de su propiedad como la granja de Karen en África. Tiempos pasados. Ahora marcha en el puesto 153º en la general, de los 165 participantes aún en pie en este salvaje y durísima edición. A casi dos horas de Tadej Pogacar, el intratable amarillo de este Tour, tan patrón como él lo fue en su época. Tiempos pasados.
Supo estar sentado en una silla de ruedas durante su recuperación. «El proceso evoluciona más lento de lo que cualquiera pensábamos», afirmó sin filtros Sylvan Adams, copropietario del equipo que le desembolsa su exquisito sueldo. «Quizá le veamos tomar la responsabilidad en la Vuelta y queremos que en 2022 regrese a su máximo al Tour. Tengo mucha fe en él. Quiero que vista de nuevo el amarillo en París». Para eso lo han fichado y el keniano blanco es consciente. Sobre el desafío de cumplir las expectativas manifestó: «Venir a este equipo me ha estimulado, igual que regresar al Tour. El primer año de mi ausencia lo vi sentado en una silla de ruedas pero lo disfruté. No tuve sensación de envidia, me sentí un aficionado al ciclismo más siguiendo la carrera y una vez supe que mi recuperación iba a ser total el incidente, se convirtió en mi gran motivación volver a esta carrera».
Ahora, de momento, su rol es el de gregario y no se le caen los anillos por subir bidones a sus compañeros. «Durante años he venido a esta carrera con toda la presión del mundo sobre mis espaldas por tener que ganarlo y ahora no. Vengo a ayudar a mis compañeros. Voy a poner toda mi sabiduría a su servicio. Es una buena experiencia para mí, hacer el trabajo que por mi han hecho durante años», aseguró. Y quizá, sueña, poder ganar una etapa. «Hace tres años cuando luchaba por conseguir el chaleco amarillo no hubiera significado nada porque no me cambiaba ganar una etapa más o menos, pero ahora el escenario es diferente y una etapa sería el máximo para mí», para volver a reencontrarse con su versión dominadora, ésa que habla de tiempos pasados y mejores. Esa que narra las historias de cuando Froome tenía una granja en África.
Tomás Oliver, 2° A, turno tarde