Eric Schauvinhold nació en Concordia, lugar donde asistió a la escuela tanto primaria como secundaria. Cerca de su ciudad natal tuvo el accidente que iba a cambiar el resto de su vida.
Hasta el día del siniestro, Eric estaba más que feliz porque no le faltaba nada y su sueño era llegar a la NBA. Destacado su desempeño en las categorías, recorrió Estados Unidos impresionando al director técnico de la jerarquía más importante del deporte.
Hace aproximadamente doce años, Eric iba en su auto junto a su amigo Joaquín Demarco, camino a Tortugas, otra localidad de Entre Ríos. Él se llevó la peor parte en los vuelcos del vehículo tras impactar contra un animal. Su compañero lo ayudó a reincorporarse y a salir del auto, y lo llevó a un hospital de la zona, pero después lo trasladaron a Buenos Aires. Era un joven alegre y eufórico, que el día anterior a la tragedia hizo un lanzamiento que quedó en la historia.
El basquetbolista comenzó a practicar la disciplina en el club Ferrocarril, pasando por Estudiantes y así llegó a las ligas de su provincia. Por intermedio de los intercambios escolares se acercó a Oklahoma, donde aprendió mucho más de lo que sabía.
Vivía entrenando porque su meta era llegar al auge de la mejor liga de balón cesto de ese territorio. Además transitó por la TNA (Liga Nacional de Básquet), tuvo compañeros como Nicolás Lauría, Federico Senitzky y Facundo Mendoza. Tenía buen rebote, penetración y hasta un provechoso tiro.
Siempre le preguntaban si entrenar todo el tiempo no le parecía mucho porque solía lesionarse seguido, pero nunca dejaba su rutina porque él consideraba que de esa manera lograría llegar a la NBA. Lamentablemente esa esperanza se iba diluyendo como el hielo al sol; se sentía derrotado, desconsolado. Eric no iba a ser el que era antes de su peor momento.
La imposibilidad de volver a caminar se la produjo una fractura de columna, resultado del percance acaecido en la ruta. Desde aquel mediodía del año 2009 hasta la actualidad pasó por muchos centros de rehabilitación tratando de luchar para salir adelante pero principalmente su lucha era interna porque constantemente se preguntaba «por qué a mí». Debido a esto tenía un sueño recurrente: “Me pongo las zapatillas, agarro la pelota, me paro y veo toda la cancha para mí”, expresó Eric en uno de los reportajes que le realizaron.
En este tiempo y a pesar del sube y baja emocional el jugador no bajó los brazos, siempre tuvo la fe de que tal vez este proceso no había llegado a su fin. En su afán de avanzar y no estancarse en su tristeza, gracias a un carácter pasional se puso a estudiar medicina mucho después de lo ocurrido.
Su estado físico y su mente fueron los protagonistas de la salvación, primero para seguir vivo, ya que los médicos que estuvieron en su recuperación le dijeron que esta patología se ve en las autopsias, y por el lado de la psiquis, sobrevivir en una sociedad que no aprende a convivir con personas discapacitadas.
Se perfeccionó en anotomía patológica, que es el estudio sobre enfermedades, porque siempre le gustó el cuerpo humano, queriendo saber su parte motriz y el salto. Pero en la actualidad lo hace ayudando a quienes lo necesitan, como gente que sufría de cáncer terminal, ya que ellos consideran a Eric un ejemplo a seguir. De vez en cuando, en su tiempo libre modela sin dejar de mencionar que visitó Roma y Milán.
Volver a contactarse con su pasión no la habría resultado fácil. Conoció por casualidad al dueño de CILSA (ONG encargada de la inclusión de las personas) de Santa Fe, quien lo tentó a jugar en sillas de ruedas. Tan rápido le tomó la mano al deporte adaptado que su crecimiento vertiginoso lo condujo a la selección.
De todos modos, no le dio la continuidad necesaria porque este deporte no fue su prioridad sino su profesión. Aún en este contexto hoy se encuentra en la preselección argentina para el Sudamericano. Lo valioso es que volvió a tener entre sus manos el latido de la naranja, demostrándose a sí mismo que se puede aunque la meta se vea lejana.
Todo cambió, nada es igual. Se acostumbró al olor a caucho quemado, a escoriaciones en los brazos y a las chispas emanadas de los choques continuos de las sillas de ruedas. Schauvinhold es un gran ejemplo a seguir para todos aquellos que alguna vez pensaron en bajar los brazos. La perseverancia fue su gran aliada.
Paola C. Lezcano