Miguel Ángel Castellini formó parte de una camada de boxeadores argentinos tremenda, compartió época con el gran Víctor Galíndez y el polémico Carlos Monzón. Con estos enormes nombres sobre la mesa, es normal quedarse a la sombra de esas gigantes figuras. Quizás es por eso que no se conoce tanto su historia popularmente; sin embargo, dentro del universo del boxeo siempre fue reconocido por su dedicación, por las horas que pasaba en el gimnasio y por su gran habilidad en la docencia.
El nacido en Santa Rosa, La Pampa, tuvo el pináculo de su carrera cuando en 1976 venció al español José Duran Pérez por decisión dividida, ante 12 mil personas en el Palacio del Deporte en Madrid, y logró levantar el cinturón de campeón mundial a pesar de que muchos lo subestimaban.
“Mi gimnasio siempre fue para enseñar, contener y ayudar a personas que quisieran descargar tensiones, aprender a defenderse o mejorar sus cuerpos; nunca pensé en manejar boxeadores profesionales”
Más allá de su gran logro, y con un récord de 74 victorias y 8 derrotas, nunca tuvo una aceptación total, siempre recibió muchas críticas. Una de las peleas más «curiosas» en la carrera de “Cloroformo” -apodado así luego de un nocaut contra el mexicano Raúl Soriano- fue con Julio Cortázar por una columna que éste escribió en la mítica revista “El Gráfico”. La revista deportiva había invitado al famoso escritor a que viera la pelea entre Castellini y el estadounidense Doc Holliday en el Luna Park. Es cierto, esa no fue una buena noche para Cloroformo. Sin embargo, él no podía aceptar que alguien que no era del mundo del boxeo lo cuestionara tan duramente. Aunque años más tarde, el boxeador reconoció que esa crítica lo ayudó a mejorar en su carrera.
Lastimosamente, el boxeo argentino perdió un gran símbolo, algo que quizá falta en el deporte argentino en general. Para ser un símbolo se necesita algo más que títulos y talento, y sin dudas, Miguel Ángel Castellini tenía ese algo que lo convertía en un símbolo.
Tomás Ordoñez