Un árbol tiene ramas que se deslizan suavemente hacia el cielo. Más abajo está la estructura rígida que soporta el movimiento y el peso de las ramas. Su agarre es el más resistente de todos. Puede hundirse en la tierra quebradiza y arenosa y asentarse para finalmente quedarse allí por siempre… Saber de nuestras raíces es tan importante como imprescindible. Para el Diego “Peque” Schwartzman es una historia que lo ha hecho recapacitar de las dificultades que se presentan en la vida. A sus 28 años ha tenido que pasar por diferentes escollos que se le presentaron en el camino de su carrera como tenista. Los antepasados de Diego tienen una historia que contar: «Saber por lo que pasó mi familia me enseñó valiosas lecciones”. El bisabuelo materno de Diego era judío y en la época del Holocausto, fue apresado y derivado al campo de concentración de Auschwitz. En el camino pudo escapar de ese destino al saltar de un tren. Después de salvarse de aquel destino, asentó a su familia en Argentina. Después de la guerra no les fue fácil rehacer sus vidas, pero lo lograron y para el Peque ese es un motivo para abalallar ante los obstáculos.
«Tengo muchas razones por las cuales no hubiera llegado a ser tenista profesional, y ninguna de ellas tiene que ver con mi altura», explicó el argentino hace un tiempo a la web oficial del ATP. Es cierto que unos centímetros más de altura le podrían dar más potencia en el tiro, pero eso no lo preocupa. Su estatura de 1,70 y haberse afirmado como tenista profesional llaman la atención a los conocedores de este deporte, pero para Diego todo eso pasa en segundo plano cuando recapacita sobre las dificultades que tuvo que sortear su familia a lo largo de los años.
La vida está llena de adversidades y contratiempos. Detrás de toda persona, hay una historia que contar. Diego nació el 16 de agosto de 1992, pero su historia comienza con el esfuerzo para mantenerse en pie económicamente. Antes de nacer su familia era adinerada, propietaria de una compañía de ropa y joyería. Pero en la década de 1990, en Argentina se cerraron las importaciones y los Schwartzman gastaron todo el dinero tratando de adquirir los productos que quedaron fuera del país. La situación se volvió más compleja y el esfuerzo se volvió cosa de todos los días. «Todo dependía del empeño que yo le ponía y me gustaba verme recompensado por el esfuerzo que le ponía”, remarcó Schwartzman sobre su entusiasmo al practicar tenis. El optimismo ya se veía en él y poco a poco el Peque empezó a demostrar habilidad por el deporte de la raqueta y mucho más entusiasmo que el que mostraba por el fútbol, a pesar que lo jugaba.
Con la raqueta se agigantó en las adversidades y poco a poco fue escalando en el ranking mundial, hoy se encuentra 14°. Lejos de conformarse por lo alcanzado aspira a llegar más lejos: «Alcanzar el Top 10 es otra de las barreras que tengo que quebrar». Toda esa confianza se deposita por los logros cosechados en el último Masters de Roma, en el que eliminó a Rafael Nadal por primera vez en su carrera para alcanzar las semifinales, en donde venció al joven Denis Shapovalov, jugador que supo tocar las posiciones de los mejores diez del mundo. Allí fue donde vio cómo sus sueños se volvieron realidad. Llegó a la final del Masters 1000 por primera vez y la disputó ante el número uno del mundo, Novak Djokovic. Si bien perdió ante el serbio, estuvo a la altura de los grandes del tenis mundial.
Cuando Diego nació, estaba adaptándose a aquella tierra árida y tuvo que soportar vientos fuertes para mantenerse en pie. Lo logró y hoy después de tanto sendero jalonado en su andar, está en la copa de aquel árbol esperando seguir batallando por metas y sueños en la vida con su compañera: la raqueta.
Jonathan Herlein