Cuarenta y cuatro historias particulares, sueños inconclusos y otros desechos. Familias destrozadas que aún no pueden darle un cierre a la cuestión y otras que prefieren aferrarse a las memorias de los buenos tiempos vividos y creen que, quizás, así el duelo se vuelve más llevadero.
Una historia muy interesante fue la de David Melián, un santiagueño de 31 años que a corta edad desafió a su abuelo y en secreto investigó cómo entrar en la fuerza. Su familia creía que David haría vida campestre, se le daban muy bien los arreos y cosechaba alimentos en el campo de su padre y su tío. Pero él no, él quería estudiar.
Cierto día, cuando aún asistía a la secundaria, se interesó en la Armada y averiguó, sin contarle a nadie, en qué consistían los exámenes de ingreso. Tenaz y cabeza dura, con orgullo propio y esfuerzo, como lo describió una de sus nueve hermanos, se preparó, rindió y entró a la fuerza.
El santiagueño se recibió en la Escuela de Suboficiales de Puerto Belgrano como cabo segundo para luego hacerlo de submarinista. Ninguno de sus familiares pudo presenciar ese momento y acompañarlo; el dinero en la familia no sobraba y viajar a Mar del Plata era un lujo que no podían darse, aunque quisieran, pues él era el único que conocía el mar.
Desde muy pequeño mostró pasión por el agua. A los 7 años, sin saber nadar y sin pensarlo demasiado se arrojó a un lago. Le bastó con patalear y mover los brazos para mantenerse a flote y ahí, solo otra vez, como en tantos otros momentos de su vida, aprendió a nadar. Fue el primero de sus hermanos en hacerlo, por eso se sintió con la responsabilidad de enseñarle al resto. Fabricó balsas con bolsas y botellas de plástico para que los más chicos se mantuvieran ahí y tomaran confianza y, de a poco, uno a uno fueron aprendiendo de su hermano mayor, su ejemplo.
Y cuando se habla de ejemplo es en el sentido estricto de la palabra. Porque Jairo, su hermano menor, siguió sus pasos y se alistó en la Escuela de Suboficiales de Puerto Belgrano y sueña con ser submarinista algún día. “Vos tenés que estar con él cuando se reciba el año que viene, mamá”, le dijo David a Francisca. Pero no se lo dijo sólo porque él no quería que su pequeño hermano viviera ese momento como lo hizo él, en soledad, también quería que sus padres conozcan el mar. Ese mar que lo enamoró y se volvió su amante más fiel. Por el que dio la vida y una vez alertó a su madre: “Vos tenés que estar preparada porque si a mí me llega a pasar algo, ¿vos qué vas a hacer? Tenés que saber que es una posibilidad y yo no quiero que sufras”.
Quizá sabía que su destino era no separarse de aquello que tanto le cambió la vida. Porque la última vez que vio a su familia, el 6 de septiembre del 2017, se despidió de una manera particular. Él no solía detenerse a saludar a cada hermano, solo lo hacía con sus padres. Pero esa mañana se tomó el tiempo para dirigirse a cada uno de los ocho con un “Nos vemos”. Nadie sabría que eso jamás volvería a pasar.
Sofía Cruz