Roma se había vestido para la ocasión. Ser sede de los Juegos Olímpicos no es un mote minúsculo y menos para la capital italiana, que se preparaba para ser la anfitriona por primera vez en su historia en 1960. Sus calles, inundadas de espectadores, aguardaban por el comienzo del primer maratón olímpico del certamen. Los competidores ya se encontraban en posición, atentos a la señal de arranque. Un joven muy flaco, sin porte de atleta y sin calzado se ubicaba en el sector de los corredores, listo para formar parte. Nadie comprendía cómo un muchacho completamente desconocido y descalzo estuviese a punto de participar, aunque tampoco sabían que aquel 10 de septiembre sería una de las fechas más importantes del deporte africano y olímpico. Ese día, el nombre de Abebe Bikila sería atesorado para siempre por el deporte mundial tras ganar la primera medalla de oro para su país y su continente, además de implantar un nuevo récord olímpico.
Bikila trabajó en una aldea empobrecida desde su más temprana infancia. El pequeño Abebe corría todo el día, iba de un campo al otro a cumplir con diferentes tareas. Acostumbrado a una vida adversa, poseer una prenda de vestir era un hecho novedoso; comer más de dos veces al día, una completa utopía. Una vez llegados sus 17 años, optó por anotarse al ejército de Haile Selassie, emperador de Etiopía por esos tiempos. No existían muchas salidas para su situación, de tal forma que su única alternativa era seguir obedeciendo órdenes, solo que ahora éstas eran imperiales.
La posible solución apareció seis años más tarde cuando comenzó a entrenar con Onni Niskaken, quién había sido contratado por el emperador para trabajar con los atletas etíopes. Abebe encontró allí, no solo una gran escapatoria, sino la pasión por el deporte y la competición.
Años de entrenamiento dieron sus frutos y Bikila llegó a los JJ.OO. de Roma como reemplazo de Wani Biratu, quien se presentaba como el corredor titular por Etiopía y cuya participación se vio apartada por una lesión de tobillo. Sin embargo, el día a día pre competencia era una circunstancia ardua. Nuevamente, el infortunio de su infancia volvía a tomar la escena. Abebe no había estado ni cerca de salir de su país, jamás interactuó con otras culturas, por lo cual era prácticamente imposible la comunicación con alguien que no sea su entrenador. El conflicto racial y cultural seguía fresco en algunas naciones e Italia no era la excepción: las tropas de Benito Mussolini invadieron Etiopía en 1935 y se llevaron consigo el obelisco de Aksum, un tótem histórico de aquel país.
Faltaban solo minutos para el inicio del maratón y después de probarse diez talles distintos, Bikila decidió correrla sin calzado, habituado en sus días en las aldeas. Los vestigios físicos de su tormentosa niñez le permitían competir bajo esas circunstancias y optó por usarlos a su favor. Sus pies inmensos y ásperos reposaron durante los 42.150 km de distancia en el calor del asfalto bajo 28 grados que no le hicieron ni cosquillas.
Luego de 2h y 15m, llegó a la meta y se dio el lujo de correr unos metros más. Akila era historia viva: primer africano en conseguir una medalla olímpica e implantar un récord olímpico, que rompería cuatro años después en los Juegos de Tokio 1964 tras realizar una marca de 2h y 12 min.
En 1969 sufrió un accidente de tránsito en su país que lo dejó inmóvil. Falleció cuatro años más tarde por una hemorragia cerebral producto de aquel accidente. Su muerte fue honrada por el emperador Haile Selassie y más de 65 mil ciudadanos etíopes. Su obra y su figura cultural es y seguirá siendo uno de los hitos más grandes del atletismo.
Adrián Yasue, 2° año TM