La piel se reseca, pica todo el tiempo. La persona se rasca de noche, su ritmo diario se altera. De tanto rascarse, la piel se lastima, se infecta. Las lesiones, como suele ocurrir en otras enfermedades dermatológicas como la psoriasis o la hidradenitis supurativa, son motivo de discriminación por parte de los demás. Al malestar físico se suma el emocional. Ese es el círculo de la dermatitis atópica, una enfermedad que afecta principalmente a los niños, pero también a los adultos.
Generalmente se toma a la dermatitis con una enfermedad de la infancia y es que la mayoría de los pacientes son niñas o niños. El 80% se diagnostica antes de los cinco años. Con la edad mejoran: sólo un 30% va a persistir en la adultez. Pero un 10% de los pacientes atópicos debuta justamente cuando son adultos, y esos casos son los más difíciles de diagnosticar.
Como la psoriasis, la dermatitis es una enfermedad crónica, sistémica e inmunomediada que se expresa en la piel. Suele estar asociada al asma y la rinitis crónica. Esta alteración en el sistema inmune “provoca cambios a nivel epidérmico generando resequedad y alteración en las grasas naturales de la piel y un aumento de los mecanismos de defensa que generan una inflamación».
En los adultos, el estrés puede ser uno de estos factores externos que desatan esta cadena. La reacción la puede generar un producto cosmético inadecuado o el jabón con el que se lavó la ropa.
En el congreso de la EADV (European Academy of Dermatology and Venereology) se presentaron resultados prometedores de estudios de varios nuevos tratamientos para la DA, que hasta ahora se trata con emolientes (cremas) e inmunosupresores. Estas terapias biológicas, que son anticuerpos monoclonales (actúan a nivel intercelular, en los receptores de las células) y pequeñas moléculas (que lo hacen a nivel intracelular, dentro de la célula) logran frenar el mecanismo inflamatorio.
Si bien el acceso a los nuevos medicamentos siempre es un tema complejo por sus altos costos, los pacientes con DA tienen problemas para acceder al tratamiento más básico: las cremas. Salvo que posean una obra social prepaga que cubra alguna crema nacional, los pacientes tienen que pagar de su bolsillo todo el valor de los productos.
Pirámide Invertida habló con Matías Legrottaglie (34), que nos contó a qué edad le encontraron la enfermedad. Se lo diagnosticaron bien entrada la adolescencia. A los 15 le empezó a picar el brazo; después se fue distribuyendo por todo el cuerpo: “No sentís que sea un ataque desde que te despertás hasta que te dormís o incluso ya en ese estado te estás rascando. No salís con tus amigos, no podés trabajar, ni estudiar, ni estar al sol: continuamente estás pendiente de algo que te pica”, dice. Su médico le recomendó que evite usar jabones y otros irritantes y que empiece a usar cremas corporales o ungüentos que brinden alivio para la comezón.
Franco Del Porto