Hace varios años, el reconocido escritor, Eduardo Sacheri, publicaba en cada edición de la recientemente desaparecida revista El Gráfico, un texto literario, con su estilo, vinculado al deporte y especialmente, al fútbol. En octubre de 2012, publicó una columna titulada “Estrellita Mía”, nombre de una telenovela argentina del año 1987, que le vino a la mente al pensar en el tema sobre el que iba a escribir.
El autor hace referencia en primer lugar a una conversación con un amigo sobre el gol de Claudio Paul Caniggia a Cláudio Taffarel, en el mítico partido entre Argentina y Brasil, por los octavos de final del Mundial de Italia 1990. Piensa que, menos mal que Caniggia hizo ese gol porque, sino, la Selección no hubiera obtenido la copa en ese campeonato. Pero inmediatamente recuerda, que ese equipo cayó en la final contra Alemania y, finalmente, no fue campeón. A pesar de todo, rememorar aquel plantel lo llena de orgullo: “Si me dieran la oportunidad de volver a vivir ese mundial, con la condición de que termine igual, con el mismo dolor de la final, con el mismo choreo, yo vuelvo”.
Inmediatamente después, parece cambiar de tema. “En los últimos años, me parece advertir una desesperación por parte de la gente del fútbol, para colgarse diplomas, títulos y pergaminos. Una especie de ‘era de los récords’”, percibe Sacheri, quien aclara, además, que no está en contra de las estadísticas, sino de la urgencia por establecer supuestos logros en números. Y utiliza el ejemplo de Arsenio Erico y Ángel Labruna, los máximos goleadores del fútbol argentino, quienes han sido inmiscuidos en una infructuosa disputa sobre quien de los dos hizo más goles, a partir de investigaciones exhaustivas en busca de agregarle, a como dé lugar, un gol más a alguno.
El escritor considera que el tamaño de las figuras no puede medirse de ese modo y que ellos mismos no le daban importancia a tal cuestión: “A lo que voy: ¿alguien en su sano juicio puede suponer que a Erico y a Labruna les interesaba llevar la cuenta de sus goles? Si fuese así, Angelito habría jugado un par de partidos más en Platense, como para liderar la estadística sin equívocos ni impugnaciones. Y sin embargo, no lo hizo. Esos gigantes no andaban detrás de ninguna estrellita”.
Por otra parte, esto se ve reflejado, desde su punto de vista, en la camiseta de los clubes, que tienen miles de estrellas cuyo significado es difícil de interpretar. Y pretende que lo expresado en sus líneas no sea confundido con una defensa del lirismo, a pesar de estar en contra de “ganar como sea”. “No es de eso de lo que estoy hablando. Hablo de no quedarnos pegados al flash rutilante y enceguecido, del instante sublime de colgarse una estrellita”, aclara Sacheri. Además, con lógica, combate la potencial acusación contra su postura de “jogo bonito”, a partir del recuerdo, nuevamente, de aquel equipo argentino del 90, que no se destacaba por la belleza estética: “No hay ninguna estrella que me sirva a mí para evocar el domingo 24 de junio de 1990 (…) La estrella… la estrella que se la guarden donde mejor les quepa”.
Juan Ignacio Minotti. 2°B T.T.