Existen personajes que quedan para siempre en la historia de la música, y ese es el caso de Roberto Goyeneche, un hombre que dedicó su vida a los versos y estrofas. El Polaco, como muchos lo llamaban, desarrolló su carrera musical desde muy joven y hasta el último día siguió con esa misma pasión por el canto. Por su particular forma de expresarse, a 25 años de su muerte, Goyeneche sigue siendo un hombre muy querido y un emblema del tango argentino.
Cuando el cantaba el mundo se paraba, era como un brujo que hechizaba a cualquiera que lo escuchara. No era una simple melodía enfundada por su voz, ya que su fraseo, su modo de representar los tangos y las opiniones que transmitía con su cantar le permitían al público adentrarse en las historias que él estaba relatando. Olga Raquel, quien reside actualmente a unas pocas cuadras de donde vivía Goyeneche, expresó su admiración y gusto por la forma especial de interpretar que tenia el cantor. «Tenia una manera tan linda y única de cantar, transmitía con cada una de las palabras que decía, me acuerdo de que en mi casa lo escuchábamos mucho y más sabiendo que era uno de los nuestros»
El amor por la música viene de generaciones pasadas; su padre, Emilio, era pianista y tenía una tapicería, mientras que su madre, Maria Elena Costa, era una mujer de un exquisito oído musical. En sus comienzos, Goyeneche integró una orquesta compuesta por músicos de la zona, con los que cantaba en distintos clubes del barrio. En 1947, con tan solo 18 años, ganó el concurso de cantores del Club Federal de la Argentina. En esa misma temporada conoció a Raúl Kaplún, un violinista virtuoso quien lo acopló en su orquesta.
Luego de 5 años de noviazgo se casó con Luisa Mirenda, a quien conoció en un baile del club El Tábano de Saavedra. Un tiempo más tarde, la muerte de su madre fue un golpe muy duro para él, tanto que prometió dejar de cantar, pero la alegría volvió a la casa cuando nació su hijo Roberto Emilio y más tarde el pequeño Jorge Luis.
A pesar de su carrera como músico, tuvo épocas en donde precisó de otros trabajos para para poder sustentar sus necesidades. Goyeneche fue empleado en un taller mecánico y con la edad de 18 comenzó a manejar un colectivo y un taxi prestado, mientras que simultáneamente cumplía con maratónicas jornadas comandadas por Kaplún.
El oficio de colectivero le gustaba ya que le permitía recorrer las calles de distintos barrios porteños y conocer a la gente. Al subir al bondi 19, en ese momento 219, los pasajeros tenían la suerte de escuchar al cantante mientras éste la llevaba a sus destinos. Es en uno de esos viajes, que el representante de Horacio Salgán lo escuchó cantar. Es tal la sorpresa que se llevó, que se lo comentó al director de orquesta y en 1952, este mismo lo convocó para reemplazar a Horacio Deval.
Era admirador de la buena música y en muchos casos se vio compartiendo escenario con grandes artistas como Aníbal Troilo, con el que interpretó canciones como Garúa y La Ultima Curda; o Astor Piazzolla, con el que interpretó Balada para un Loco y otros históricos como Armando Pontier, Atilio Stampone, Roberto Pansera, Baffa-Berlinghieri y Raúl Garello.
Luego de su participación en la película “Sur”, de Pino Solanas, en la que compartió escenas con Fito Páez, Goyeneche demostró un apoyo inigualable hacia los nuevos artistas del rock que iban de a poco afianzándose y tomando un lugar relevante en este rubro.
Además del lado artístico, Goyeneche tenía dos locuras, las cuales también ocupaban un gran lugar en su corazón: Platense y los pájaros. Su fanatismo por el club de fútbol era inmenso, seguía al pie de la letra cada una de las campañas del Calamar y sin importar donde estuviera, él siempre preguntaba el resultado de su equipo. Por otro lado estaban sus pájaros, a quienes cuidaba y criaba en su casa. En relación a esta cuestión la vecina del Polaco recordó: «Se sabía que le fascinaban, varias veces vi cómo se cruzaba al taller frente a su casa y pasaba el rato charlando con el mecánico y mirando a los pájaros que estaban en el local».
El barrio para él lo era todo, sentía un cariño muy especial por las calles y la gente de su querido Saavedra. “Siempre se lo podía ver en el bar San Quintín, en la esquina de Tamborini y Balbín, hablando con sus amigos y con los vecinos. Hace unos meses me enteré de que se estaban juntando firmas para ponerle Roberto Goyeneche a nuestra comuna. Eso demuestra en todo sentido lo querido que era acá”, expresó la residente de la Comuna 12.
En la actualidad su familia sigue viviendo en la misma casa de siempre. En muchos rincones del vecindario hay murales y placas en donde se homenajea a su persona. Existe una tribuna en la cancha de Platense que lleva su nombre, también una calle y frente a la entrada del Parque Sarmiento hay una estatua del cantante. Asimismo, hace tan solo un año se inauguró un puente ubicado debajo de la Estación Saavedra que también lleva su nombre y tiene retratos que representan un poco de su esencia.
Pilar Misenti Nolazco