El hincha argentino es pasional y eufórico. En las diversas canchas de nuestro fútbol, esto se nota a simple vista; el fanático exterioriza. Pero, ¿qué sucede cuando esa maraña de miles de pensamientos y sentimientos queda atrapada dentro del cuerpo o la mente? ¿Qué ocurre cuando se reprime todo aquello que suele expresarse a través de gritos y aliento?
Este domingo se jugará el primer Superclásico del año. Y tendrá el condimento de ser el primero después de la recordada final de la Copa Libertadores del año pasado, en Madrid. Es un partido que altera los ánimos y aumenta las pulsaciones, y hay quienes buscan opciones para no tener que atravesar por esos momentos de nervios, angustia.
En el año 1995, Roberto “El Negro” Fontanarrosa, escribió La mesa de los galanes, un libro con diversos cuentos relacionados con el deporte que amaba. Y en esas páginas, en La observación de los pájaros, plasmó una historia, de esas que parecen tener un gran componente autobiográfico, sobre un hincha, de su querido Rosario Central, que opta por salir a caminar por el barrio mientras se está jugando el clásico ante Newell’s.
El Hombre intenta que el tiempo pase y que el resultado, el que tenga que ser, se consume. Incluso aceptaría una derrota; lo que lo mata es la ansiedad. Percibe gritos, e intenta adivinar a que obedecen, tantea rostros y asegura que antes era más fácil, porque los oligarcas eran Leprosos y los humildes, Canallas, pero ahora es más difícil. Repasa las opciones que tuvo, pero entiende, que su cansado corazón no hubiera soportado el trámite y por eso se inclina por no saber nada hasta el final.
Se cruza con un conocido, que de forma inoportuna, le cuenta que van perdiendo 1 a 0. Allí comienza a figurarse todos los peores escenarios posibles, una goleada, cargadas y días de congoja. Escucha bombas de estruendo y supone que el partido terminó y su equipo perdió. Pero un chico sale a la calle, gritando feliz porque Central lo empató sobre el final. Él, lejos de saltar y gritar, disfruta de la hermosa sensación de paz que lo recorre.
Finalmente llega a su casa: “Se lava las manos, se mira en el espejo. Tiene más de mil nuevas canas en las sienes. Hay dos arrugas novedosas y profundas en la frente. Las ojeras se han tornado más oscuras. Uno ha envejecido cinco años otra vez, igual que siempre. Todo por un clásico, apenas. Un partido de fútbol, simplemente”.
Juan Ignacio Minotti. 2°B TT.