Tomaron vida a fines del Siglo XIX y principio del XX producto de la gran corriente inmigratoria de Europa hacia nuestros pagos. Las ciudades de Buenos Aires, Rosario y Montevideo los vieron nacer mediante sus puertos. Tanto extranjeros como ciudadanos buscaban -y necesitaban- una forma de comunicarse entre las colectividades que no compartían el mismo idioma ni las mismas costumbres. Sin embargo, tomó color y fuerza al ser muy utilizado por los ladrones y malvivientes de aquella época, los cuales utilizaban la jerga para crear términos y expresiones que no sean entendidas por cualquier persona. De esto sale también su nombre, ya que lunfardo proviene de Lombardía, una región del norte de Italia que solía ser asociada a la mala vida. Con el correr del tiempo se fue fusionando con otras lenguas europeas poco formales como el cocoliche, el vesre o el verlan que se fueron complementando con nuestras lenguas gauchescas y porteñas.
La gran mayoría de los argentinos nacimos y nos criamos con el lunfardo ya instalado en nuestras vidas, y a su vez dependiendo las regiones del país sus derivados, porque si bien no figuran en ningún diccionario de la Real Academia Española, no necesitamos que estén aceptadas para utilizarlas o tener conciencia acerca de qué está hablando otra persona cuando se expresa. Es tan llamativo su poder que hasta se podría hacer un ejercicio con él, por ejemplo, ¿cuántas personas sabrán que las palabras pibe, gil, trucho o macana no existen? O a la hora de ver un spot publicitario para las expresiones, ¿por qué hacen tanto hincapié en la palabra trabajo si casi nadie la utiliza? En Argentina, se labura en el laburo. Desde la época de nuestros abuelos y/o padres estas expresiones fueron pasando de generación en generación en la cultura popular mediante la música. El tango, la milonga y el rock nacional fueron quienes adquirieron esta jerga para jugar con sus canciones, sacandole la presunta consistencia delictiva que tenían.
Sin embargo, cuando el lunfardo ya estaba aceptado en la sociedad a su vez seguían surgiendo en las prisiones argentinas otras palabras. Los tumberos, como se solía llamar a los privados de su libertad, fabricaban expresiones a modo de código pero también como sinónimo de orgullo y de dónde venían, por eso siempre había que -como se dice en la jerga- bancar los berretines. A fines de la década del 80’ y principios del 90’ se extendieron desde las cárceles a todos los rincones del país a partir del boca en boca y obviamente, de la música. Algunos hay que explicarlos pero en su mayoría son conocidos. No todos se relacionan a la forma de llamar a un policía o a las drogas. Andrés, por ejemplo, no es solamente un nombre, o los bizcochos comida. Tampoco Maracaibo una ciudad de Venezuela ni las llantas son las del coche o del camión.
La crisis del 2001 y el boom de la cumbia villera fueron lo que cambió todo. Hoy en día, este género es escuchado por cualquier sector de la sociedad y dejó de lado su discriminación y marginalidad. Seguramente, el berretín villero -como se lo conoce- haya sido el que más pegó. Los jóvenes de las clases medias y altas lo adoptaron -obviamente más tarde- a la hora de su comunicación, ya sea como una forma común de hablar, como chiste o en muchos casos como para aparentar algo que no son en épocas donde la calle dejó de tener códigos y los púberes tienen de idolos a cantantes que se jactan de ser delincuentes o narcotraficantes. Es tan grande su expansión que quienes no apoyan a Mauricio Macri con sus políticas como Gobernador de la Ciudad lo relacionaban con un gato, animal que históricamente formó parte de todas las transformaciones del lunfardo y que hoy se le adquiere a quien no tiene respeto dentro de las prisiones. El «Macri Gato» no es el único caso a la hora de los fines comerciales. «ATR», que hasta hace muy poco era usada por los adolescentes de las villas y los barrios, tomó una gran dimensión gracias a Pablo Lescano en sus últimas canciones. El “a todo ritmo” logró un gran éxito a la hora de promocionar los informes de Martín Ciccioli en Telenoche y terminó culminandose cuando Burger King creó la “Stacker ATR” que incluía más condimentos y carnes a la hamburguesa ya utilizada anteriormente.
Para muchos un orgullo y para otros, un asco. Lo que nadie puede negar es que todas estas formas de comunicarse son bien argentinas y distinguen a muchos sectores de la sociedad. El lunfardo seguirá cambiando y adaptándose a los tiempos. Eso sí, es tan importante para la cultura popular que hasta tiene un día: el 5 de septiembre, producto de la publicación del libro “Lunfardía” del escritor José Gobello, donde explica su hecho lingüístico.
Ramiro Boz
@ramiroboz