Los asteroides son cuerpos rocosos, más pequeños que un planeta y mayores que un meteoroide. Estos viajeros errantes cruzan por todo el sistema solar sin preocuparse en golpear algún obstáculo en su recorrido. Es así como el 30 de junio de 1908, uno de estos cuerpos de 40 metros de diámetro explotó sobre la región de Tunguska (Rusia), derribando árboles en una zona de 2.000 kilómetros cuadrados, y se transformó así en el impacto de un asteroide contra la Tierra más grande del último siglo.
En conmemoración a este evento, en esa fecha se celebra todos los años el Día del Asteroide, iniciativa impulsada por la ONU el 6 de diciembre de 2016 y que tuvo su primera edición en 2018, con la finalidad de generar conocimiento sobre estos cuerpos celestes y también para dar a conocer los programas de vigilancia existentes, los cuales buscan posibles amenazas para nuestro planeta.
Las agencias espaciales más importantes del mundo, como la NASA (Estados Unidos) o la ESA (Europa) cuentan con centros de vigilancia dedicada a la observación y búsqueda de los denominados NEO, siglas en inglés para «objetos cercanos a la tierra». Específicamente buscan encontrar y estudiar el recorrido de asteroides que puedan llegar a impactar con la Tierra y en el caso de que esto pueda ocurrir, realizar un plan de defensa o desviación del mismo.
Sin embargo esto no resulta ser una tarea fácil; existen 600.000 de estos objetos con órbitas alrededor del Sol que pueden significar una amenaza para la Tierra, y de éstos solo se han descubierto 20.000 y 800 presentan un riesgo de impacto (de mayor o menor grado). Es por esto que la observación y seguimiento de los mismo es fundamental.
El trabajo puntual de estas agencias es el de calcular y catalogar las órbitas de todos los asteroides susceptibles de pasar por las cercanías de nuestro planeta y proyectar estas órbitas cien años en el futuro para ver si hay posibilidad de que esto ocurra. Las proyecciones se van refinando y ajustando conforme se continúan observando los objetos, pero esto no resulta fácil debido a que son muy pequeños y tienen períodos muy cortos en los que se encuentran visibles.
Las herramientas con las que se cuenta resultan de suma importancia. Es por esto que a día de hoy se siguen desarrollando telescopios y elementos de observación espacial para facilitar la tarea. Tal es el caso del telescopio Fly-Eye (ojo de mosca) de la ESA. El mismo dividirá cada imagen que obtenga en otras 16 para ampliar su campo de visión y poder detectar más asteroides. Está previsto que este telescopio cubra todo el cielo visible cada dos días.
Si bien todos estos datos resulten abrumadores y en algunos casos despierten el sensacionalismo en la sociedad, cabe aclarar que tanto la NASA como la ESA no prevén ningún impacto significativo para los próximos 100 años. Sin embargo, se sigue trabajando de manera exhaustiva para encontrar la mayor cantidad de NEOs posibles. Además se siguen desarrollando sistemas de defensa planetaria y desviación de asteroides, como el caso de la misión DART de la NASA.
El mismo busca impactar una nave en el asteroide Didymos B, una pequeña luna que orbita otro asteroide de mayor tamaño, Didymos A. El objetivo es poder desviar este asteroide binario -si bien no significa ningún riesgo para la Tierra- para demostrar y medir el cambio en su órbita como consecuencia del choque. El lanzamiento del mismo esta planeado para mediados de 2021 y el impacto tendrá lugar un año más tarde.
Es por todo esto que la pregunta que la humanidad se tiene que realizar no se trata realmente de si un asteroide alcanzará nuestro planeta, sino de cuándo lo hará y para el momento que esto ocurra contar con la mayor cantidad de herramientas para poder lograr mitigar de la mejor manera sus efectos.
Joaquín Roveda Lastra