No mucho -para no decir poco- se sabe del candombe en Argentina. Cuando una persona lo nombra, se asocia con “los negros candomberos” que seguramente en el jardín o primario uno haya tenido en algún que otro acto escolar. Si no, es “la murga uruguaya”. Del otro lado del charco, es algo difícil de explicar. Imagínese usted lo que es el tango, el asado, el mate, el futbol, la cumbia, el vino o el fernet en un argentino. Mucha cultura y sensaciones juntas, ¿no?. Bueno, ahí en el paisito, el candombe fusiona todo eso y se explaya -junto a un montón de cosas atrás- a través de tres tambores: chico, repique y piano.
Se creó allá por los siglos XVII y XVIII en tierras africanas. Precisamente en lo que hoy es Angola, Congo, Zambia y Mozambique. Gran cantidad de estos habitantes fueron traídos como esclavos a los puertos de Buenos Aires y Montevideo, este último principalmente. Aquellos lubolos -como se denomina a estos grupos étnicos- no sólo encontraban una danza en eso, sino también una manera de escapar (a) muchas cosas de distintas formas. En lo que responde a lo espiritual, era el procedimiento para comunicarse con los dioses de cada una de sus religiones. También, en lo socio-político un modo de rebelarse ante sus patrones y de salir, aunque sea un rato, de su situación. Es por ello que el candombe es comúnmente definido de forma informal y simple como “comunicación, rebeldía y alegría de vivir” y entre tanta mezcla de cultura toma un papel fundamental a lo largo de la historia uruguaya. En nuestro país, la fiebre amarilla y la Guerra del Paraguay redujeron en gran cantidad a la población negra. En Uruguay, los esclavos y descendientes fueron acomodándose en los conventillos de Montevideo, ubicados en el Barrio Sur y Palermo. Los más conocidos los de las calles Ansina y Cuareim, y de allí se originan los dos estilos de toque. El primero, con un ritmo más guerrero mientras que el otro más moderado.
Las comparsas, como se denomina a las agrupaciones, no tienen un número de participantes. Hay algunas pequeñas como hay otras muy numerosas, las cuales a su vez tienen una gran cantidad de seguidores. En las llamadas -toques extensos o importantes- podemos ver muchos personajes dentro de estos grupos. Desde el principio al final: el estandarte, quien se encargará de llevar el nombre de la comparsa; los porta-bandera, tendrán la obligación de animar y jugar con la gente mientras mueven las banderas de aproximadamente 2,70 x 3 metros de largo; la mama vieja vestirá una pollera grande y una blusa, por lo general es una de las mujeres más grandes del grupo y con su abanico intentará sacarle los espíritus al granillero, el cual viste de traje y con un palo mientras hace pasos simbolizando su brujería en él. Siguiente a estas figuras, aparecen las bailarinas y la cuerda de tambores.
Sin embargo, el valor del candombe no pasa por una cantidad de gente. Podríamos decir que a veces hasta es una excusa. La realidad es que el argentino-uruguayo y/o candombero siente a su comparsa como una familia. Así como hay gente que hace la famosa “vida de club” y su entorno, conversaciones, amistades y demás se relacionan a una institución donde se practica deporte, pasa algo similar con este movimiento afrocultural. No importa si hace frío o calor, si hay sol o lluvia. Los tambores suenan y con el, la reunión. Se busca compartir algo, ya sea unos mates, algo para tirar a la parrilla, alguna docena de facturas, o simplemente un fueguito que acompañe en las noches con mucho abrigo. Muchos interpretan al candombe como una forma de interactuar, y que a su vez no importa tanto como se toca un tambor, si no que podes expresar con el junto al esfuerzo y dedicatoria que se le pone. Wellington Silva, uno de los nietos y hoy directores de la famosa comparsa Toque Madre Cuareim lo describe perfectamente. “Como vos tocas, es que es lo que vos sos y lo que la gente está viendo de vos. Creo que ahí esta es la unión de todo. El tambor es que sos vos. Es muy difícil mentir cuando tocás un tambor”, manifiesta. Y, algo debe saber este negro, ¿no?
Ramiro Boz
@ramiroboz