En 1971 en México se jugó el primer Mundial de Fútbol Femenino. Aunque no hay registros de este acontecimiento, 17 mujeres argentinas fueron a representar al país sin darse cuenta que estaban por hacer historia.
Este equipo llegó a la sede de aquel campeonato en Agosto, donde concentraron 40 días en un hotel en México DF. Allí, golearon a Inglaterra 4 a 1, toleraron el robo de un partido por un arbitraje arreglado, vendieron fotos autografiadas para juntar unos pesos y jugaron partidos en el estadio Azteca ante 110 mil personas. Además, viajaron sin botines, sin médico, sin masajista, sin entrenador y con una camiseta que al primer lavado ya no sirvió más.
La ropa deportiva que usaban se la había regalado la Unión Tranviarios Automotor (UTA), un sindicato que en la previa al certamen les prestó también canchas para entrenar.
Este evento mundial se caracterizó por muchas cosas pero al final se demostró que había logrado un éxito inesperado. Los partidos entre México, Argentina e Inglaterra, dieron lugar en el Estadio Azteca a aproximadamente 80 a 90 mil personas en cada encuentro. En la final contra Dinamarca, México perdió ante 110.000 aficionados: lo que representa la cifra más alta de público en un encuentro de fútbol femenino no oficial.
El plantel femenino argentino estaba compuesto por: Ofelia Feito, María Ponce, Susana Lopreito, Maria Fiorelli, Marta Soler, Angélica Cardozo, Zunilda Troncoso, María Cáceres, Virginia Andrade, Betty García, Blanca Bruccoli, Elba Selva y Eva Lembessi. Completaban el plantel Marta Andrada, Virginia Cataneo, Zulma Gómez y Teresa Suárez.
Recordar esta historia, hazaña casi podríamos llamarla, y establecer el 21 de Agosto “el día de las futbolistas” es un primer paso para revalorizar que el fútbol no es un deporte para hombres únicamente, que no hay deportes asignados a un sexo e identidad en particular, que la calidad en el juego es un mecanismo utilizado para disminuir a las mujeres.