El tema del grafiti es una eterna discusión que se presenta en todas las ciudades desde hace décadas. Que si es o no arte, o donde está la línea que separa lo estético del vandalismo. Sus representantes se mueven aprovechando el anonimato de la noche, muy pocos andan solos, casi todos se reúnen entre ellos o llegan a formar pandillas.
Bajo el seudónimo de “Cornbread”, un joven oriundo de Filadelfia comenzó, en la década de los ’60 a escribir su firma en las paredes de la ciudad (tags) para llamar la atención de la chica que le gustaba. Así nació el grafiti y, para finales de 1960, se había creado toda una subcultura que tenía su estilo propio.
Para 1976 casi la totalidad de los vagones en New York y muchas otras ciudades se encontraban casi cubiertos con los apodos de estos “artistas callejeros” que dejaban su marca, no solo con el nombre, si no con sus estilos personales a la hora de trazar con pintura. Esto dio paso a su interminable lucha con la ley. La Autoridad Metropolitana del Transporte de Nueva York había impuesto varias medidas de seguridad para dificultar la vandalización de los trenes. A raíz de esto muchos graffiteros emigraron a Europa y comenzaron a difundir esta subcultura en el viejo continente.
Ya casi llegando a los ’90, las duras medidas contra las pintadas y el tiempo de cárcel para quien fuera encontrado in fraganti, habían logrado que casi todos los metros de la ciudad estuvieran limpios, ya que casi nadie seguía pintando. El grafiti volvió a tomar fuerza con el furor de los videojuegos, donde los mostraba de forma positiva, como una expresión artística de la libertad.
Llegando a la actualidad, nos encontramos con un gran porcentaje de la población que sigue considerando al graffiti como acto vandálico, muy alejado de cualquier tipo de arte. En la ciudad de Buenos Aires vienen apareciendo unos mensajes cuyo desconocimiento terminó causando furor en la población.
Se trata del ya conocido “No me baño” que cada vez se repite mas en paredes, techos, persianas, o en cualquier lugar donde sea posible plasmarlo. Este mensaje tan ambiguo y particular comenzó a cobrar notoriedad y hasta varios famosos llegaron a compartir imágenes de estos mensajes.
Esta marca tan particular pertenece a una crew de jóvenes skaters y fanáticos de la cultura graffitera, quienes se mantienen en el anonimato debido a que conocen la ilegalidad de sus pintadas. Aun así, manejan una cuenta de instagram (nomebanio) donde día a día suben las fotos que miles de personas les envían cada vez que se cruzan con su marca.
Esta banda trata de mantener el anonimato al 100%, fin bastante difícil teniendo en cuenta que nos encontramos en la era de las redes sociales, pero que por ahora vienen consiguiendo. Sus miembros se presentan pocas veces por fotos o videos y siempre tienen sus caras tapadas. Algunos han llegado a dar alguna entrevista, pero siempre marcando como pauta innegociable que se mantenga su identidad reservada.
El arte graffitero también se trata de marcar territorios, de una lucha constante con los vecinos escépticos y con la policía. Desafiar la ley y la propiedad privada es ese punto donde se marca una libertad que roza la anarquía. El hecho de que sea algo prohibido es lo que le da el verdadero significado a este estilo.
Aun así, para sus artistas y miembros de esta subcultura, lo que hacen no es vandalismo si no arte. Muy diferente a la opinión del resto de la gente, quienes consideran estas pintadas como una invasión ilegal de propiedades privadas y públicas.
Estos jóvenes saben que lo que hacen no es bien visto por la ley y que, por esto, expresar su arte se puede volver bastante peligroso. El claro ejemplo fue el asesinato “TEUR” el pasado julio.
Cristian Felipe Martínez Rodríguez tenía 17 años y era un graffitero de nacionalidad colombiana. Un vecino lo asesino de tres disparos cuando bajaba de un techo en las calles Gascón y Estado de Israel, en el barrio de Almagro. Aun hoy se puede contemplar allí la que sería su última pintada.
En esa madrugada del 30 de julio, el joven se había presentado al lugar junto con otros dos amigos que lo ayudaron a subir al techo y lo esperaban abajo. Uno de ellos es otro graffitero conocido como “PUPS” también de nacionalidad colombiana. Los dos jóvenes comenzaron a andar juntos ya que tenían un montón de cosas en común, sobre todo su visión sobre el arte que realizaban.
«Estoy haciendo graffiti» había gritado Cristian luego del primer disparo, según el relato de su compañero que estaba enfrente. Luego de unos segundos de silencio, el vecino volvió a disparar dos veces más, causándole que caiga desde la altura.
Más allá de la pintura, los jóvenes que salen a pintar por la noche, aclaran que no dañan a nadie, que no buscan ni reciben ningún beneficio por esto, más allá de la aventura y de tener cada noche una historia nueva que contar. Aun así, es bastante difícil que el vecino que acaba de ver su pared pintada concuerde con este punto de vista.
Probablemente la discusión de si es arte o no sea algo que persista, al igual que si ilegalidad. Aun así, aun entendiendo la importancia de la propiedad privada, es fundamental que nada justifica el accionar del vecino de Almagro. Todos debemos comprender que bien o mal, el graffiti existe, y más allá de las definiciones sobre el arte, ya es un estilo de vida.
Julieta López
2° B T.N.