Según los últimos informes publicados por la FIFA es uno de los deportes que más creció en la última década. En muchos países, como los de América Latina, también va creciendo y tomando fuerza en lugares donde la puja por la igualdad de género todavía sigue siendo algo muy difícil. La expansión de este deporte abarca también a colegios, universidades y clubes, incorporándose a su grilla de actividades.
El reclamo por parte de la CONMEBOL ya está en marcha. Parte de este proyecto se concretó el 1° de octubre del 2016 cuando la organización sudamericana informó que a partir de 2019 los clubes que no tengan equipo de fútbol femenino, no podrán participar de la Copa Libertadores y/o Sudamericana. En Argentina la situación es crítica. Son pocos los clubes de Primera División que, si hoy se aplicara esa reglamentación, podrían competir: Boca, River, San Lorenzo, Independiente, Huracán y Estudiantes. En cuanto a la Selección Argentina la situación es peor. Hace ya cuatro años que las mujeres no forman parte de ninguna competición a nivel internacional.
El desprecio hacia el fútbol femenino es lo que hace que la disciplina no crezca en la Argentina y que la Selección no pueda estar a la altura de los equipos más poderosos del mundo. En el país, prácticamente no hay formación infantil para las jugadoras. Aquellas que deciden dedicarse al deporte llegan a los equipos en la adolescencia o siendo ya adultas, habiendo perdido toda una etapa formativa clave para una atleta. No es lo mismo aprender gestos técnicos y dispositivos tácticos a los siete u ocho años, que casi a los 20.
Romper estereotipos y pelear contra los mandatos siempre acarreará una reacción (a veces violenta). Pero cada vez son más las mujeres que se animan a desafiar esos cuestionamientos y a ocupar lugares antes prohibidos. Jugar al fútbol es empoderamiento: es una apuesta a la libertad que ellas ya no están dispuestas a resignar.