Son cerca de las 15.30 y la palabra de Hugo Moyano culminó. Trabajadores y trabajadoras de todo el país irrumpieron las calles del centro porteño. Algunos aplauden el discurso del jefe de la banda sindical de Camioneros. No todos. Otros rompen sus palmas en una sintonía muy distinta a las declaraciones del presidente de Independiente.
Las agujas del reloj continúan su curso. La Avenida 9 de Julio cruje. Hay mil banderas. De mil colores todas ellas, todas hablan. El pueblo exige. La calle arde. El olor a movilización es inconfundible, ahora, cuando son las 16.05 y el calor humano de las miles de personas que llegaron hasta 9 de Julio y Belgrano lo hacen sentir.
Trompetas. Redoblantes. Bombas de estruendo. El cotillón le puso ritmo a la manifestación que tuvo a Moyano como principal convocante. Las nubes cubren un sol ardiente como la concentración que se lleva a cabo en el suelo porteño. Parado sobre una esquina está Alberto. Tiene 70 años y una visible y larga barba que reafirma su edad. Alberto llegó solo a la marcha, por voluntad propia. Viene del oeste del conurbano bonaerense y la muchedumbre no lo sorprende. Desde la altura de sus años dice estar “canchero” cuando ocurren este tipo de protestas. Cuenta que está
enfermo y que el ajuste del poder de turno lo sintió muy fuerte. Está indignado.
El acto, desde adentro se prestó a interpretar que durante la tarde hubo dos marchas. Cuidado y respaldado por sus discípulos, Moyano fue una estrella de rock arriba del escenario. Está claro que el suegro del Claudio Tapia jugó su propio partido a la hora en que su voz se puso en sintonía con el micrófono. “No estoy implicado en ningún caso de corrupción”, afirmó el dirigente, seguido de un “Tengo las suficientes pelotas para defenderme solo”. Pero abajo, en la calle, los distintos grupos sociales con sus banderas reclaman otra cosa. “No es por Moyano, es por Macri”, dice una pared que
acaba de ser escrita.
Previamente a la palabra de Moyano y antes de la de Hugo Yasky, los manifestantes le pusieron sabor al paladar con diversas opciones que los puestos de comida ofrecían. El catering también jugó su partido. Salieron victoriosos. Entre choripanes, bondiolas y hamburguesas, el tridente gastronómico llenó más de una panza al costo de 60 pesos. Los precios variaban e incluso llegaban hasta 100 pesos en algunos casos.
La caravana avanza. Diferentes sectores sociales caminan al ritmo de “Un poco de amor francés”, que minutos más tarde, al finalizar la palabra del jefe sindical, se transformará en la marcha peronista. La imagen tomada por los medios es monumental. El marco que se extiende a lo largo de la 9 de Julio es imponente. Y ahí, entre todas esas cabezas, en una esquina sigue parado Alberto. Solo. No escuchó una frase de lo que dijo el líder de Camioneros. No le interesa. Sin embargo, todavía anhela la posibilidad de que un futuro mejor está esperando.
El reloj marca las 17 y las calles que hasta hace un rato estaban colapsadas lentamente consiguen tomar una bocanada de oxigeno. Las distintas agrupaciones retornar a sus bunkers, otras a los micros. De manera pacifica.
El grabador se pone en off y Alberto se pierde en la multitud.
Nicolás Adamowicz