El Servicio Militar Obligatorio fue una ley que nació en el año 1901 denominada “Ley Riccheri (N° 4.301)”, ya que fue propuesta por el Ministro de Guerra de la época, Pablo Ricchieri, durante la segunda presidencia de Julio Argentino Roca. Esta consistía en reclutar jóvenes de 20 y 21 años para las fuerzas armadas y cumplir servicio durante dos años, aunque con el pasar del tiempo la edad de inicio y la duración de esta cambió. Los últimos soldados que ingresaron al ejército tenían entre 18 y 20 años de edad, y su duración fue de 14 meses. Se la conocía, y hasta el día de hoy sigue siendo así, como “Colimba”; palabra que se forma por las primeras silabas de correr, limpiar y barrer, que se supone eran actividades frecuentes en este servicio. Esta actividad vio su fin el 31 de agosto de 1994, durante el gobierno presidencial de Carlos Menem, por el asesinato del soldado Omar Carrasco en manos de otros dos reclutas incitados por un oficial.
En diálogo con Ramón, un jubilado de 66 años que fue parte del servicio durante la década del setenta, cuenta su experiencia y opinión personal.
-¿Cuándo arrancaste el servicio militar?
-Arranqué el 7 de febrero de 1971 con 20 años y lo hice hasta abril de 1972. Siempre estuve en tierra, estaba en el hospital militar Campo de Mayo, controlaba los tableros eléctricos porque en esa época trabajaba y estudiaba eso. Si no fuera por la “colimba”, hubiese sido la primera promoción de electrónica industrial en el país, en el colegio Ingeniero Huergo. No llegue a ser parte de la primera por no pedir la prórroga.
-¿Cómo fue que llegaste a formar parte?
-Antiguamente, por el número de documento, en junio hacían un sorteo nacional que salía publicado en el diario. De acuerdo a tu DNI tenías un número de orden, y con eso ellos sabían a qué sector militar iba a ir cada uno. Si te tocaba orden de 800 para arriba, ibas a marina. Del 800 al 700 era aeronáutica y de ahí para abajo era tierra.
-¿Cómo era el método de elección?
-Eso era de acuerdo a la cantidad de soldados que necesitaban, cambiaba cada año. La clase anterior a la mía entraron hasta el 480 y yo tenía el 350; estaba seguro de que me salvaba porque el año anterior desde el 480 para abajo no fue nadie. Pero justo ese año el ejército tomo mucho más soldados, en todas sus ramas, con el objetivo de combatir el terrorismo.
-¿Qué sentiste o que pensaste en el momento en el cual enteraste que tenías que ir? Ya que, según dijiste, estabas seguro de que te ibas a “salvar”.
-Me entere por un amigo que trabajaba en la guarnición de Campo de Mayo, que era de ahí desde donde salían las cedulas de llamada, encontró la mía y me la trajo; fue una gran desilusión ese momento porque sabía que iba a perder el último año de estudio.
-¿Qué pasaba si no te presentabas al llamado?
-No podías no ir, si lo hacías eras desertor. Te encuentran y vas preso, no hay juego. Por eso era obligatorio, si o si tenías que bajar la cabeza e ir si te toco. Desde que te llegaba el llamado hasta la fecha en la que te citaron, pasaban unos 15 días aproximadamente.
-Popularmente se lo conoce como “colimba” porque se decía que las actividades eran correr, limpiar y barrer. ¿Qué pensas respecto de eso?
-Para mí no es así. Para mucha gente y para muchas cosas es un año perdido, como para la escuela por ejemplo; pero para tantas otras es una gran experiencia y aprendizaje, más como persona el hecho de saber cuidarte o cumplir una orden. Yo creo que hoy en día si existiera el servicio militar, no habría tantos jóvenes en situación de calle que tengan que salir a robar o estén tirados en una esquina drogándose. Se aprendía a ser compañero, trabajar en grupo, respetar al otro y a tu bandera.
-¿Qué sentís que fue lo que más te marco durante esos meses? ¿Con que cosas te quedaste?
-Creo que el respeto por la bandera y la nación. Con todos los que hable, después de haber terminado el servicio militar, todos coincidimos que el momento de más orgullo que tuvimos fue el 20 de junio, cuando le juras lealtad a la bandera; te puedo asegurar que ese día, a uno, el corazón se le acelera y el pecho se le rompe.
Cristian Seco