El vino, como ningún otro aperitivo, carga con un bagaje cultural inigualable. Su importancia en las mitologías persa, griega, romana, o en la religión cristiana -por citar sólo algunos casos-, da cuenta de ello.
Pese a contar con más de 7000 años de antigüedad, en el último tiempo la vitivinicultura se vio forzada a cambiar para adaptarse a nuevos mercados.
En Argentina, su proceso evolutivo fue fluctuando conforme a la realidad económica y social del país. Durante la década de 1980 se erradicó el 70% de los viñedos porque la producción y comercialización de vinos era mucho más costosa que la de otras bebidas mejor posicionadas, como la cerveza o el fernet. Por aquel entonces oír hablar de varietales era casi utópico.
Las tendencias actuales marcan que la realidad del vino dio un giro de 180 grados. La globalización y el avance a pasos agigantados de la tecnología propiciaron que en la década del ’90 no sólo se replantaran viñedos, sino que además se incursionara en la producción de distintos tipos de vinos destinados al mercado internacional: Mendoza -una de las 10 capitales mundiales del vino- supo construir una marca registrada con la elaboración de su Malbec, Salta sacó provecho de su ubicación geográfica e hizo de Cafayate su región predilecta para producir “vinos de altura”, y la Patagonia se especializó en la fabricación del Pino Noir.
En los últimos años, la evolución de la vitivinicultura dio otra vuelta de tuerca: la aparición de un mercado más joven y ambicioso obligó a replantear métodos de producción y comercialización. Mientras se debatía sobre la decisión de reemplazar el clásico tapón de alcornoque por tapa a rosca, se comenzó a experimentar con la fabricación de prospectos más frutados: Alejandro Vigil -Gerente de enología de la bodega mendocina Catena Zapata- y los hermanos Gerardo, Gabriel, Matías y Juan Pablo Michelini -enólogos de diversas bodegas de la zona de Valle de Uco, Mendoza- son los mayores exponentes de esta tendencia que llegó para quedarse.
El reconocido crítico norteamericano James Suckling ha manifestado en reiteradas ocasiones que los jóvenes “están abiertos a experimentar cosas diferentes, están interesados en productos orgánicos. Por eso hay un nuevo estilo en el vino argentino, que es más bebible y con menor tenor de alcohol”. En concordancia con las palabras de Suckling, Paul Hobbs -propietario de la bodega mendocina Viña Cobos, cuyo Malbec cosecha 2011 obtuvo el puntaje perfecto de la crítica especializada- expone que “la presencia de ‘vinos jóvenes’ marcan la tendencia a dejar un poco de lado la estructura californiana y europea de vinos ‘amaderados’ para captar a un público nuevo. Hasta las etiquetas han cambiado: hoy todas las bodegas tienen una línea base con etiquetas más coloridas e ilustradas que las tradicionales”.
Frente a esta nueva realidad, los ojos de los influencers más importantes del mundo del vino se posaron en las bodegas nacionales. Para el británico Tim Atkin “el Malbec es lo que mejor hace Argentina”. Por su parte, el francés Michel Rolland también lo pondera como el “mejor del mundo”, pero asegura que en otros varietales como el Cabernet Sauvignon “tiene grandes competidores como Francia o Estados Unidos”.
La vorágine en la que la sociedad está sumergida obliga a que hasta una bebida tan tradicional como el vino mute para satisfacer los deseos de los consumidores. Con una tendencia tan marcada, sólo resta esperar y preguntarse: ¿con qué sorprenderán las bodegas al mercado en los próximos años?
Por Lucián Astudillo