El diario «The Buenos Aires Herald» fue fundado el 15 de septiembre de 1876, con tan sólo seis años de diferencia con el legendario La Nación de Bartolomé Mitre. William Cathcart capitalizó la posibilidad de crear un sustento en papel para los inmigrantes que poblarían la ciudad, gracias a la recordada Ley de inmigración de Avellaneda, y plasmó su idea en el “Heraldo de Buenos Aires”. Su primera tirada constaba de tan sólo una hoja: en su parte delantera relucían publicidades y, en la contraria, información sobre el movimiento del puerto. Además, el emprendimiento marcaba un hito para la comunicación: se convertiría en el primer periódico semanal escrito íntegramente en inglés, en un país de habla hispana. El boceto cayó en manos de D.W. Lowe, un joven visionario estadounidense que convirtió al mismo en un matutino, con una notoria impronta progresista.
La mutabilidad en el mando se hizo constante, y con ello aumentó su impronta. Thomas Bell tomó las riendas en los momentos previos a la Primera Guerra Mundial y comenzó a darle una seriedad exótica. Lancelot Lyall, con el mundo en llamas, tomó parte de sucesor y posicionó al Herald como un sensible sostén para las familias de los que decidieron cruzar el Atlántico para defender a su patria madre. Los hermanos Rugeroni, con el mismo hilo conductor, impusieron al periódico como el preferido de la comunidad. Por último, en esta etapa, llegó Norman Ingrey, encargado de solidificar la tendencia de una mirada crítica y mordaz sobre los asuntos locales.
El Herald se impuso como lugar privilegiado para las mejores plumas sajonas del continente. Los años siguientes no tendrían sobresaltos, pero cuando el momento llegó, la respuesta estuvo.
El Proceso y Cox hacia su auge
En 1968, The Buenos Aires Herald fue adquirido por Evining Post Publishing Company, de procedencia norteamericana. Su primer intrepidez fue la de colocar a Robert Cox, un modesto redactor, como director. Un británico que dejaría la sombra del anonimato, para dar el salto de calidad que lo marcó en los libros del abc de los periodistas.
El periódico seguía creciendo. No parecía tener techo. Y de hecho no lo tuvo, hasta las malas determinaciones del final. La muerte del general Perón en el ‘74 potenció el contexto violentamente marcado por la ultraizquierda. La inestabilidad fundó la necesidad, para ciertos sectores, de idear una reorganización. Allí llegó el Proceso. La prensa argentina, alineada con la Junta Militar, pactó el silencio de las atrocidades. Toda denuncia en relación al momento era derivada a “los loquitos ingleses que publican todo” (así decían los colegas de esos tiempos). Así, el edificio de Paseo Colón 1160 se infectó de familias desesperadas por obtener ayuda para rencontrar a sus allegados. Cox y sus dirigidos no callaron nada. Diariamente existía una publicación que, además de jugar con la integridad física de los componentes del medio, generaba su lucha contra lo defacto. La valentía tenía su precio. En 1977 fue detenido ilegalmente. En los dos años siguientes las amenazas se volcaron a su familia, por lo que decidió seguir su lucha desde Estados Unidos, ya que su desaparición se hacía inminente.
“Su legado fue símbolo de lo que significó el Herald y lo que significa en general un diario que se escriba en otro idioma al país que cubre: la necesidad de traducir la realidad. Obliga a los redactores y a los editores a pararse en un lugar diferente y explicar la realidad de manera honesta. Por ser un diario de nicho pero a la vez de gran reputación, fue capaz de hacer llegar esa mirada honesta a círculos importantes de la sociedad argentina, e influir en el derrotero del país”, recuerda Marcelo García, ex Herald y hoy integrante de Página 12, con un aire de claro reconocimiento hacia la heroica labor de un referente como Bob Cox, también reconocido por la legislatura porteña por su lucha a favor a los Derechos Humanos, a base de la personalidad que plasmó en el diario.
El tránsito hacia el fin
En 131 años, el diario siempre se mantuvo indiferente a dueños que no fueran extranjeros. En 2007, una decisión trazó los últimos años de un coloso de la comunicación. Sergio Szpolski, en principio, y Orlando Vignatti, años después, se convirtieron en los primeros apropiados oriundos de nuestro país. Para el 2012, el Herald pasó a manos del convoy que el Grupo Indalo, del empresario kirchnerista Cristobal López, formó. Las intenciones en su adquisición discriminaban un proyecto para el diario y la movilización del mismo terminó siendo preocupación sólo de sus trabajadores. En octubre de 2016, el mismo se reconvirtió a semanal, en un actitud retrograda de 140 años, y redujo considerablemente su personal; para que, finalmente, en julio de este 2017 las puertas ya no sean abiertas.
“En Argentina se comete el error de confundir a las redacciones de las estructuras de propiedad de los medios. Hay canales comunicantes, que varían según el medio, pero la relación nunca es lineal y siempre conlleva tensiones. Para los ojos del público inmerso en la «guerra mediática» de los últimos años, es posible que el Herald haya estado nominalmente del lado «K» de la grieta, pero la redacción siguió teniendo una mirada variopinta de la realidad y siguió cubriéndola día a día con la misma dignidad y honestidad de siempre, hasta el último día”, analizó con cuidado García, quien recorrió los pasillos del diario durante 20 años.
En el colectivo de sus lectores, o de cualquiera que haya tenido la posibilidad de tener un vínculo con el espacio, quedará la concepción progresista e independiente que emanaba desde sus páginas. García, periodista desde los 5 años, lo recuerda desde las siguientes palabras: “El día en que firmé la primera nota en la tapa del diario, en julio de 1997, fue el momento que se me vino a la cabeza cuando cerró. Se cumplían seis meses del asesinato de Cabezas y cubrí una marcha pidiendo justicia. Era una nota sobre el ataque a la prensa. El diario cerró casi exactamente 20 años después. De manera indirecta, sentí que se trataba un poco de lo mismo: un ataque a la libertad de prensa por otros medios”.
Enzo Berón