Es un lugar común para las familias porteñas que desean pasar un día de esparcimiento mientras disfrutan del aire libre en sus vastos espacios verdes, coronados por un lago artificial donde habitan peces koi silvestres, patos y cisnes; o para aquellos que desean ver un espectáculo en el anfiteatro. Desde hace 15 años, en el Parque Centenario, la feria que rodea al predio ha crecido en forma constante y representa una alternativa o complemento del paseo.
En este contexto cabe resaltar que la feria de artesanos tiene una longeva historia en el parque, a diferencia de otra feria paralela más emparentada con el mercado de pulgas y los artículos de segunda mano que surgió alrededor del 2001, en una época de crisis económica.
En un primer momento, la feria no tenía el lugar físico que posee en la actualidad sino que existían los denominados manteros, denominados así debido a que exhibían sus mercaderías en mantas sobre el pasto.
En esta feria en particular prima la variedad, debido a que la ubicación de los puestos no responde a ningún orden temático. Recorrerla en toda su extensión suele llevar alrededor de dos horas según el interés particular y la oferta de los puestos, todo esto sumado a la duración de las «negociaciones» comúnmente conocidas como regateo.
Su extensión va desde el Museo de Ciencias Naturales hasta el Hospital Naval. Como existe una preponderancia de los artículos coleccionables, la feria se convirtió en un punto de convergencia de coleccionistas que, con el paso del tiempo, forjaron amistades que trascienden al paseo en sí.
En este recorrido hay personajes variopintos con infinidad de historias que contar, como es el caso de Claudia Quinci, quien trabaja allí desde hace más de 10 años. Al ser consultada por Pirámide Invertida, explica: “Esta feria surgió por gente que tenía ganas de vender pero más por una cuestión de necesidad. En un principio el lugar no estaba delimitado y la cantidad de puesteros era muy escasa, hasta que Jorge Cafrune, actual delegado de unos 300 puestos, se ubicó al lado de los stands de libros. Acá encontrás de todo”. También recuerda momentos de vicisitudes e incertidumbre que lograron atravesar: “Tuvimos problemas cuando enrejaron el predio porque nos quitaban libertad, pensábamos que nos iban a echar, pero igualmente resistimos en nuestro sector”, rememora.
Actualmente Claudia se dedica a vender muñecos pero también pasó por el rubro de la compraventa de antigüedades, de donde recuerda una anécdota que ilustra las oportunidades y sorpresas que encierra la feria: “Un cartonero ofrecía una máquina de escribir a un puestero que se negaba y ante la insistencia del vendedor lo derivó a un puesto contiguo. Posteriormente a la compra, al limpiar la máquina encontró envuelto en su interior 50.000 pesos”.
Otro “feriante”, como ellos gustan denominarse, es Francisco Pérez, quien se dedica al coleccionismo y por este hobby conoció la feria de la que actualmente forma parte. Una de las atracciones que más disfruta de ella es el intercambio. “En la feria se consigue de todo a distintos precios, cada compra o venta encierra una historia”, reconoce.
Hay mucha gente que no duda en adquirir productos rotos o dañados ya que disfruta realizando el proceso de restauración. Otros, en cambio, optan por adquirir productos artesanales de gran factura como bijouterie, ropa y artículos de vidrio soplado a muy buen precio.
Estas historias, entre tantas otras, son una muestra de las oportunidades que brinda la feria, a la que acuden miles de personas cada fin de semana con la esperanza de encontrar ese artículo que tanto desean, mientras disfrutan de un momento de esparcimiento en este espacio donde confluyen amigos y personas que comparten intereses y gustos.
Por Alejandro Severini