La propuesta para un sábado templado y con el cielo despejado era ideal para disfrutar. A partir de las 20 horas, en compañía o en solitario, la 13ª edición del evento organizado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires incluyó, además de muchos de los más famosos museos y espacios culturales del país (como el MALBA o La Usina del Arte, entre otros), históricos edificios patrios como la Casa de Gobierno, el Congreso de la Nación o el Cabildo, entre otros. De norte a sur, 1.700.000 personas disfrutaron de la actividad.
La noche tarda poco en convertirse en una película de Woody Allen. Como en Medianoche en París (Midnight in Paris), el público pudo ocupar el papel de Owen Wilson para recorrer antológicos rincones de la Ciudad y aspirar a toparse con históricas personalidades, que pasean en la mente de los más aventureros que se relajan para simular ser niños que imaginan interminablemente, al menos por una noche.
Con un pase libre que permitía viajar gratuitamente en la mayoría de las líneas de colectivos, el marco al arribar a Plaza de Mayo era tentador y en sus inmediaciones comenzaron a formarse filas para acceder a muchos de los edificios, minutos antes del inicio del evento. La Casa Rosada era el objetivo más buscado. La cola allí rodeaba la sede del Gobierno, y quien quisiera ingresar a la sede del Poder Ejecutivo debía llegar hasta la parte trasera, ubicada en la Avenida La Rábida, la rotonda que sirve de nexo entre Paseo Colón y Leandro N. Alem.
Quienes superaron la espera pudieron contemplar durante el recorrido, primeramente, el Patio del Aljibe, que, al aire libre, fue inaugurado en 2011 tras su remodelación. El interior de los pasillos podría atestiguar incontables anécdotas. Es una pena que sus paredes, marcadas por el visible revoque que tapa los orificios que sostenían cuadros removidos por la actual gestión, no puedan hablar. El visitante únicamente puede conocer lo que halla en exposición.
En el Salón de los Pueblos Originarios reposan, entre muchos objetos, actas firmadas en el proceso de independencia, y uno de los discursos del presidente para celebrar el bicentenario. Sin embargo, la vista es atraída por fotografías y cuadros perfectamente alineados, que se dejan apreciar a su debido tiempo, hasta que la banda del Granaderos a Caballo puede apreciarse por una de las ventanas en el sector sur del edificio.
Luego, el Patio de Honor sirve de huésped para contemplar cuatro palmeras que le dan el nombre coloquial. Allí, en el “Patio de las Palmeras”, Cristina Fernández de Kirchner solía dar discursos ante la multitudinaria militancia que la acompañaba. Esta vez, más vacío, es la antesala para el último plato que le sirven al espectador, posiblemente el más apetitoso: el Hall de Honor.
Dentro de él se encuentran los bustos presidenciales. Sin lugar para los de facto, aparecen 23, desde Bernardino Rivadavia hasta Néstor Kirchner, aunque con algunas ausencias. Aún no se observan los de María Estela Martínez de Perón, Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Cristina
Fernández de Kirchner. En el centro, son algunos de los primeros presidentes de la Nación Argentina los que vigilan la salida. La mirada penetrante e inconfundible de Roca, Sarmiento y Mitre (familiares al ojo argentino por su lugar en la moneda de curso legal) es acompañada por otros que ocuparon sus mismos cargos, aunque sin un detalle tan grande sobre el mármol que reposa sobre una columna. El ascensor presidencial, hacia la derecha de la sala, con innumerables detalles sobre la madera, es la última de las atracciones antes de comenzar la salida de la Casa de Gobierno. En la salida de Balcarce 50, la tentación de adentrarse en otros edificios es amplia y los posibles objetivos son varios. El Banco Nación, el Cabildo, el Ministerio de Economía o la Casa de la Cultura (ex edificio de La Prensa) son algunos de ellos.
La opción de disfrutar de una agradable noche al aire libre es arrastrada por una exposición entrañable de colectivos y autos clásicos, mantenidos en perfecto estado. La Avenida de Mayo, el camino más directo para llegar desde Plaza de Mayo al Congreso, es convertida en una peatonal por la que se puede contemplar esos vehículos por dentro y fuera. “¡Las veces que viajé en este bondi!”, exclama un hombre entrado en años, mientras disfruta de un nuevo viaje en el interior del colectivo. Esta vez es un viaje en el tiempo, que comparte junto a otra mujer, que recuerda anécdotas y contempla un cartel en el interior de un clásico modelo Mercedes Benz de la línea 45: “No podíamos viajar parados… ¡Mirá! ‘Capacidad para 11 pasajeros sentados’”. Quien hace de “chofer” no quiere perderse el rol protagónico y agrega: “A veces, cuando sabíamos que había un inspector en la siguiente parada y habíamos subido gente de más, les decíamos a los pasajeros estaban parados que se acostaran para que no los vieran”. Picardía criolla o inseguridad al volante. Queda a gusto del lector.
El Café Tortoni y Los 36 Billares son algunos de los locales gastronómicos que, a pesar de no ser parte formal del evento, comparten la taquilla y reciben a quienes, agotados por una larga caminata, deciden comer algo para seguir recorriendo. Hasta llegar a la Plaza del Congreso, se admiran incontables ómnibus urbanos y de larga distancia, cada vez más modernos, hasta arribar al Congreso que, resplandeciente desde fuera, acoge a muchos más curiosos en sus salas principales. Luego de visitar las cámaras legislativas, es hora de volver a la realidad y esperar a la próxima «Noche de los Museos».
Por Yannick Iván Zaputovich