Más conocido entre los jóvenes de hoy en día como “El Sanber”, este histórico bar ubicado en la Avenida Corrientes 5436, entre las calles Acevedo y Gurruchaga, es el actor principal de una película que a diario se sucede en el porteño barrio de Villa Crespo.
Es un lugar de todos, mágico; una rara mezcla de viejo “cafetín” con bar notable y club social. Una especie de templo barrial, por donde han pasado antiguas glorias de la poesía y el tango.
Apenas uno ingresa tiene la sensación de estar en otro mundo. El barullo se apodera de los 800 metros cuadrados dispuestos a lo largo del local con monumentales columnas de época, separadas sólo por una escalera caracol de chapa negra, que conduce al depósito en el entrepiso y en el que antiguamente funcionaba una peluquería. Basta con permanecer más de media hora en el lugar para que uno pierda la noción del tiempo, del afuera…
Desde algunas mesas se desparrama el sonido seco del choque entre lisas y rayadas del pool. En otras, es el chasquido de la blanca, roja y amarilla del billar, en uno de los miles de intentos por lograr la carambola.
Ya en a la mitad del recinto, el eco producido por un remolino de fichas de dominó se confunde con el de los cubiletes y sus cinco dados, que rezan por una preciada generala, en lo que bien podría ser una especie de “Babel” en Villa Crespo.
En el fondo del local se percibe un aroma a integración con las nuevas generaciones, que transpiran al ritmo de la zigzagueante y hasta, a veces, endiablada pelotita blanca del ping-pong.
En una de sus paredes laterales, que parecen traspasar el techo, tres antiguos carteles de “Prohibido salivar” desafían a la vitrina abarrotada con trofeos y licores añejos, ubicada justo enfrente, detrás de la barra.
“Lito”, tal cual se da a conocer, de 56 años y encargado desde 2006, deja su impresión para Pirámide Invertida: “Acá la gente encuentra su lugar en el mundo. Se puede jugar ajedrez, pool y billar, y en este último tiempo pasó a ser el lugar elegido por cientos de jóvenes para practicar ping-pong. Para los novatos, siempre hay un federado dispuesto a ayudar”.
“Flecha”, el otro encargado, de 54 años, también reacio a dar su nombre y apellido, comenta: “Hasta hace poco, el local permanecía abierto las 24 horas, pero a partir de este año cierra a las 5 de la madrugada y vuelve a abrir, todos los días, a las 9 de la mañana”.
Antonio Savino, de 71 años y cliente desde hace 50, nos cuenta: “El San Bernardo es todo, es café, amigos; los del viejo y querido vermut y los de la cerveza, con platillo de maní obligado. Yo soy de la época de Donato, el encargado anterior, a quien lo conocía todo el mundo».
Por aquí han pasado orquestas como las de Paquita Bernardo, primera bandoneonista argentina, conocida también como La Flor de Villa Crespo, y en la que tocaba el gran maestro Pugliese. Y otras como la Orquesta Típica Genaro Espósito. Además, hicieron exhibiciones grandes billaristas como los hermanos Navarra y Bonomo. Eran otras épocas… Otra la gente y otro el barrio. Mire si tendrá historia este lugar que en sus mesas se sentaron figuras como Celedonio Flores y Carlos De La Púa”.
“Lito” interrumpe para agregar: “Recientemente, en el café, se filmaron escenas de las películas «Roma» y «La señal», porque aprovecharon el mobiliario y la decoración antigua, para ambientar historias ocurridas en los años 70 y 50. Además, grabaron algunos videos musicales artistas como Kevin Johansen.
Ahora el que interrumpe es “Flecha”: “Hasta se han filmado documentales, como Ping-pong Master, dedicado a Oscar Master, vecino del barrio, asiduo cliente y jugador de ping-pong, quien falleciera en el 2012 en una de sus mesas”. Tal como lo recuerda una placa, instalada en una de las paredes del bar.
Es un lugar mágico el café “San Bernardo”, que fue declarado Sitio de Interés Cultural de la Ciudad de Buenos Aires en abril de 2012. Tal vez, la gente caiga rendida por sus columnas intactas desde hace tantas décadas, o por la historia que cuentan sus paredes. Puede que sea, también, por el aire de bohemia que se respira entre sus mesas, o por las charlas de aquellos que se acercan cada día a tomar un café con los mismos amigos de hace 40 años.
Por Diego Pirpignani