Una de las leyendas más aceptadas sobre el nacimiento del ajedrez, ya que hay diferentes versiones sobre su origen, se ubica en la India en el siglo VI y marca que el brahmán Sessa Ibn Daher inventó un juego a pedido del Rajá del lugar, y que al presentarlo, dado el beneplácito con que fue recibido, el monarca quiso recompensarlo ofreciéndole títulos y diferentes dones. Sin embargo, el brahmán los rechazó y sólo propuso que le otorgaran un grano de cereal por la primera casilla, dos por la segunda, cuatro por la tercera, ocho en la cuarta y así sucesivamente hasta completar los 64 escaques del tablero. Ya era tarde para rehusarse cuando el Rajá advirtió que producto de la progresión geométrica del planteo, no alcanzaría la cosecha íntegra del reino para satisfacer la demanda. Desde los inicios, entonces, el ajedrez se emparenta con el juego y su azar, también el engaño, pero sobre todo con la inteligencia, planificación estratégica y la lucidez mental de sus jugadores.
Esas mismas cualidades demostró, con sus 93 años, Horacio Amil Meilán cuando recibió a Pirámide Invertida en el Club Argentino de Ajedrez, del cual él es su socio más longevo y en que cuenta con más de siete décadas como jugador. Amil aclara que el ajedrez es para él un entretenimiento y por eso rápido agrega: “Yo les aconsejo a los jóvenes que quieren ser maestros que estudien teoría, pero que sigan una carrera universitaria; porque el juego brinda muchas satisfacciones, pero no ayuda a vivir”. Y continúa: “Fischer fue un genio extraordinario, pero vea cómo terminó su vida, Alekhine mismo dijo haberse arrepentido de dedicarse por entero, y nosotros tuvimos en la Argentina a Raúl Sanguinetti, que llegó a Gran Maestro abandonando la medicina y terminó trabajando en el Estado gracias a las gestiones de sus amigos”.
-¿Usted cree que la enseñanza del ajedrez en las escuelas es importante?
-Sí, por supuesto, debería legislarse. En muchos países, en Rusia por ejemplo, es obligatorio. Aquí hay escuelas que lo hacen pero no está generalizado. En la edad escolar el ajedrez desarrolla la imaginación, la planificación estratégica y ayuda a resolver problemas. No como esos juegos estúpidos de Pokemón Go, que no desarrollan nada.
La suya está lejos de ser una opinión más: Amil no sólo es arquitecto y técnico en sistemas de computación; también integra una peña de problemistas de ajedrez (expertos en finales) y es cultor de ajedrez heterodoxo (con piezas parecidas pero de diferentes movimientos), lo que lo complejiza. «Si bien no está comprobado científicamente que el ajedrez mejora la capacidad mental, es indudable que colabora con su desarrollo, porque el juego es vasto e infinito”, concluye Horacio. El reconocimiento nacional e internacional a su labor de problemista es absoluto, aunque también desarrolló otras artes: lleva escrito y publicado un libro de poesía con 64 sonetos relacionados con el ajedrez.
Amil Meilán, quien llegó a tener 2260 de coeficiente ELO, es a su edad una historia viva del ajedrez argentino y está vinculado a los grandes hitos que vinculan al país con el ajedrez internacional. Como él mismo refiere: “En 1927 se jugó en Buenos Aires la final del mundo entre el campeón cubano José Raúl Capablanca y el ruso-francés Alexander Alekhine. Hubo una fiebre de ajedrez, mi padre compró un tablero y allí tomé contacto por primera vez a los 4 años”. El francés obtuvo el cetro, al ganar el match por 18 y ½ a 15 y ½. Brotan las anécdotas en la boca de Horacio: “También conocí a Roberto Grau (excelente jugador y periodista, fallecido tempranamente), que fue el alma mater de la organización del Torneo de las Naciones (lo que ahora son las Olimpíadas) de 1939 en Buenos Aires. En esa época comencé a jugar. Por ese torneo, y a raíz de la Segunda Guerra Mundial, se quedaron en el país grandes ajedrecistas como Miguel Nadjorf y Erich Eliskases, entre muchos otros; y luego de esto, comenzó la época de oro del ajedrez en Argentina. Yo los conocí a todos, inclusive jugué con muchos de ellos con suerte diversa”.
Efectivamente, en las décadas siguientes del 40 y especialmente del 50, Argentina disfrutó de ser una potencia ajedrecística. Tanto es así que desde 1950 a 1958, es decir en cinco Olimpíadas sucesivas (se juegan cada dos años), el equipo nacional nunca bajó del cuarto puesto, con dos subcampeonatos incluídos en 1950 y 1952.
“Teníamos para armar dos equipos de primer nivel, con grandes jugadores como Nadjorf, Eliskases, Herman Pilnik, Oscar Panno, Carlos Guimard, Sanguinetti, Héctor Rossetto, Julio Bolbochan, entre otros “, agrega Amil. El panorama actual difiere al de esos días y Horacio lo resume así: “Ha bajado la calidad de los jugadores notablemente y también el aspecto económico influye. Es muy costoso mantenerse en competencia internacional, por ejemplo en Europa, para los ajedrecistas argentinos”. En este momento se están disputando en Bakú, Azerbaiján (justamente la cuna de Garry Kasparov), las Olimpíadas 2016, en donde Argentina, jugadas nueve rondas, ocupa el lugar 54° en varones, y el 14° en el torneo femenino. Al respecto, agrega Amil que el jugador que más lo entusiasma hoy por su juego, a pesar de que no es el primero del ránking, es Sandro Mareco.
La última referencia que hace Amil, en este raíd histórico, es la influencia positiva que tuvo para la difusión del juego, las Olimpíadas de 1978 en Buenos Aires, y también el match de 1971 por la final del Torneo Candidatura realizado en Buenos Aires, entre el norteamericano Bobby Fischer y el ex campeón ruso Tigran Petrosian. Ganó Fischer 6 y ½ a 2 y ½ , y esto resultó la antesala del encuentro final donde se consagró campeón ante el soviético Boris Spassky, en Islandia.
Las dos últimas preguntas surgen casi inevitablemente.
-¿Qué opina de las dos K?
-Bueno, las opiniones están divididas. A mí me gusta más Kasparov, por su agresividad (estilo Fischer), pero hay muchos que creen que Anatoly Karpov (estilo Petrosian), fue superior, porque era capaz de reconocer y explotar la más mínima ventaja para ganar la partida.
-¿Qué piensa de la inserción de la computadora en el ajedrez?
-Hoy por hoy, un jugador que se precie, no debe carecer de una buena computadora. Su velocidad de resolución es infinitamente superior a la de cualquier analista. Sin embargo, tiene sus limitaciones porque la máquina no crea, en cambio, reproduce los programas creados por el hombre. La chispa creadora sigue siendo una cualidad del ser humano.
La última mirada del encuentro la brinda Amil Meilán con cierta desazón: “Vengo todos los días al Club para jugar, plantear y resolver problemas, conversar y compartir con amigos y ver televisión. Es que hace 4 años enviudé y la enfermedad es curable, pero la soledad no”.
Por Estefanía de Beláustegui y Alberto Macri